LA CARA B. Por Antonio Rentero.
«Si nuestra patria es la adolescencia mi patria son los montes de Toledo y mis compatriotas los pájaros.
Como supongo que le pasará a otras personas, fue en esos años y acompañado de un buen amigo con quien compartí la forja de una afición que perduraría en el tiempo. Pasábamos días de estío en tienda de campaña sin más compañía que los pájaros y los libros. Él estudió Ingeniería de Montes y se buscó un trabajo cerca de su pueblo toledano para no alejarse demasiado de las aves. En mí dejó mella el equipaje con que entreteníamos las horas en las que no avistábamos o anillábamos ejemplares.
Cuando los chiquillos de los pueblos de alrededor veían rapaces heridas nos las traían para recuperarlas. Le hacíamos la curas a las aves porque tampoco había centros de recuperación como los actuales. Aprendíamos a entablillar alas o reponer plumas que habían perdido con otras que recogíamos del campo gracias a un libro de Félix Rodríguez de la Fuente.
En el mismo entorno urbano del Segura tenemos desde garzas reales hasta, por desgracia, cada vez más gaviotas, una auténtica plaga porque son muy violentas con otras especies
Llegamos incluso a practicar cetrería, con nuestra licencia pertinente, todo un arte en el que sujetas al ave de manera firme en las patas y suave por el cuerpo y en el que nos introdujimos criando cernícalos (o mochías, como las llaman en Toledo) y alcaudones reales que se caían del nido. Hoy tengo la suerte de tener dos cernícalos como vecinos.
Siempre que viajo dedicó algún día a los pájaros de la zona, como cuando fui a la India y estuve en la laguna artificial de Keoladeo, un inmenso humedal, un parque natural creado por la mano del hombre. Pero no vayamos tan lejos, en Murcia no hay demasiada cantidad pero sí hay una inmensa variedad de aves, quizá equiparable con Doñana.
En el mismo entorno urbano del Segura tenemos desde garzas reales hasta, por desgracia, cada vez más gaviotas, una auténtica plaga porque son muy violentas con otras especies que pueda haber en la misma zona. Hay garzas reales o un pequeño reducto de golondrinas, una pequeña colonia al final del Malecón, que vuelan a ras de suelo, al amanecer, porque está caliente el suelo y buscan insectos. La golondrina está muy amenazada por ser muy sensible a los pesticidas e insecticidas. El bicho lo aguanta pero la golondrina lo paga. La distingues porque es la más bonita. Cola hendida y pequeño collarín rojo. Y el único pájaro que baila entre nuestros pies al amanecer con su raudo vuelo rasante.
Nunca he llegado a ver directamente a mi pájaro favorito. Es australiano y le llaman pergolero (Chlamydera Nuchalis) porque construye en el suelo una especie de pérgola, como un túnel que llena de adornos con trozos de cristal, chapas, piedras…lo hace el macho pero la hembra ni siquiera pone los huevos en él. Esa admirable obra de arquitectura ornitológica cuenta con una decoración cuidadosamente colocada con un criterio estético, apreciable desde una determinada perspectiva, colocando más lejos los objetos más grandes y más cerca los pequeños de manera que para la hembra presenten un mismo tamaño aparente desde cierto punto de observación.
La hembra no examina al macho sino al nido. No elige al macho reproductor por su plumaje o su canto, sino que el macho se retira, deja que la hembra visite la pérgola, si le gusta entra, allí la monta y luego la hembra se va a otro sitio donde anida.
Si la hembra no le gusta puede marcharse o derribarle la pérgola, quedando el macho triste contemplando no sólo cómo es rechazado sino cómo le desbarata el nido. El pergolero tiene detrás una función meramente estética, hecha para impresionar. A saber si en el fondo esto encierra una lección sobre los mecanismos y la necesidad de la estética misma aplicable al ser humano.
Me llamo PACO GIMÉNEZ GRACIA y aunque pocos lo saben soy ornitólogo”.