ARS Casino, por Loreto López
No podía dejar pasar la oportunidad que me brindaba la propuesta de nuestra directora de la revista, Ángela M. Torralba: hablar sobre la posible presencia de la mujer artista o artesana en el origen de la decoración del Real Casino. A sabiendas de que no encontraría ningún nombre femenino relacionado con este asunto, pensé que era un buen momento para hacer un homenaje a aquellas “anónimas” que a lo largo de los siglos han estado trabajando en los talleres de artistas o artesanos, algunas de las cuales, las menos, empiezan a ser reconocidas en nuestros días tras larguísimo silencio.
Retrocediendo en el tiempo y limitándonos a nuestras fronteras patrias, poquísimos son los nombres que han transcendido y ocupado el lugar que les correspondía por su buen hacer. Si acaso se conoce el nombre de la escultora sevillana Luisa Roldán, La Roldana, que a finales del siglo XVII ya contaba con el mismo prestigio que su padre, Pedro Roldán.
En el terreno pictórico, se sabe de la participación en el taller familiar de las hijas del famoso pintor valenciano Juan de Juanes, Dorotea y Margarita, esta última ensalzada en su época, a finales del siglo XVI, como destacada “en ingenio y pintura”. Pero, tal como la ley obligaba, jamás firmaría cuadro alguno ni podría heredar la titularidad del taller paterno, que pasaría a su hermano menor y menos dotado, Juan Vicente. También es conocido que doña Juana Pacheco, hija del pintor y tratadista Francisco Pacheco y esposa del gran Velázquez, atendía en el taller de su marido algunas de las tareas técnicas que perfectamente conocía, como preparar los pigmentos. Pero, ¿quién dice que no hiciera sus pinitos dando algunas pinceladas por su cuenta? Eso sí, sin que parecieran suyas, ¡faltaría más!
No hemos de irnos demasiado lejos. Ahí estaban las hermanas de don Francisco Salzillo, ayudando todo lo que podían en los quehaceres del febril taller familiar, especialmente Inés. Hoy sabemos que es la autora de maravillosas policromías sobre las geniales obras de su afamado hermano. Menos conocida que la anterior, la pintora murciana Magdalena Gilarte, hija y sobrina de los pintores Francisco y Mateo Gilarte, trabajando en el taller familiar y realizando cuadros por encargo para algunas de las familias destacadas de nuestra ciudad a finales del siglo XVII… ¿quién se acuerda de ellas?
Mejor suerte tuvo otra murciana que desarrolló su arte lejos de nuestro país: bautizada en la iglesia de San Juan Bautista de la capital bajo el nombre de Francisca María Teresa, pero conocida internacionalmente como Françoise Duparc. En 1731, con apenas cuatro años, se traslada junto a su familia a Francia, tierra natal de su padre, el escultor Antonio Duparc, donde nuestra pintora se forma, viajando más tarde por toda Europa. Se instala temporalmente en Londres y definitivamente en Marsella, en cuyo museo de Bellas Artes pueden ver algunos de sus deliciosos cuadros. Ciertamente pocos son los que se conocen para una autora excelente que debió ser prolija en su producción.
Recordemos que, hasta las últimas décadas del siglo XIX, concretamente en 1873, las féminas con inquietudes artísticas no tenían acceso a una formación oficial en las escuelas de bellas artes españolas, aunque estuviera bien visto que las damas de las clases elevadas practicaran la pintura como entretenimiento, en privado y a puerta cerrada, para deleite propio y de los más íntimos. Y, aun así, cuando se permitió su acceso a las academias, fue de forma segregada con la formación dedicada a los hombres y sin poder acceder a los cursos superiores. Por supuesto, prohibiéndoles estudiar las asignaturas con desnudo de modelo vivo, ¡menudo escándalo!, por lo que mayoritariamente se dedicaban a las naturalezas muertas, flores y algunos paisajes o retratos, estos menos frecuentemente.
Siendo la formación oficial y reglada cosa de damas de cierta posición social, las mujeres de clase modesta trabajaban en los talleres artesanales, fundamentalmente si pertenecía a la propia familia, contribuyendo así a la economía doméstica y aportando la indudable delicadeza de sus labores. Aunque siempre en la sombra.
En Murcia, desde 1779, venía funcionando la academia de dibujo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, que a lo largo de la centuria siguiente se ampliaría a otras materias como escultura y modelado y preparación para el acceso a estudios superiores de arquitectura. A finales del siglo XIX se abre una sala de dibujo para señoritas y niñas, dirigida a principios del 1900 por Isabel Blanquet Martínez, con las profesoras Remedios López Blanquet, hija de la directora, Dolores Manzano Zamora, maestra de niñas que actuaba como auxiliar gratuito y Natividad Santamaría Manzano, hija de la anterior, como ayudante. No hay constancia de que ninguna de ellas ejerciese el oficio de pintoras, ni tan siquiera de que expusieran públicamente su obra.
Posteriormente, se abren clases de formación de oficios artísticos en el Círculo Católico de Obreros y en el Círculo de Bellas Artes, donde las mujeres continúan brillando por su ausencia. Los talleres particulares de pintores, escultores o artesanos continuaban formando aprendices que, con mayor o menor fortuna, se ganarían la vida en esto. Quizás uno de los más importantes, por los muchos y relevantes nombres que de él salieron, e íntimamente ligado a las labores decorativas del Casino, fuera el de Anastasio Martínez Hernández. Pero no nos consta que hubiera entre sus miembros ni una sola mujer. En cambio, ha sido habitual en nuestra tierra que sean ellas las que tradicionalmente decoren con primor las figuritas de los belenes.
Por desgracia no contamos con la nómina de artesanos de aquellos talleres que intervinieron en las obras del Real Casino, allá por los últimos años del XIX o los primeros del XX. Pero estoy segura de que, aunque alguna mujer hubiera colaborado en estos, tampoco aparecería. A pesar de ello, quiero pensar que, en algún elemento de los muchos que conforman la espléndida decoración de sus salas, hubo unas manos femeninas que modelaron, pulieron, pintaron, doraron o tapizaron delicadamente y con esmero.
¡Va por ellas, las Anónimas!
Amplíalo!
Estupendo recorrido de la mujer ante el arte, del que entresaco a la afrancesada Duparc, totalmente desconocida. Pero por el retrato que exhibes (soy un ignorante) no entiendo la desatención de la disciplina pictórica hacia esta mujer.
Te agradezco el artículo dándote las gracias.
Saludos, Loreto.
En el taller de Anastasio Martínez colaboraba su hija Paz con bastante autonomía. Participó en diversos certámenes de escultura ella sola. Falleció repentinamente en 1922, sin haber cumplido ni 25 años. El Museo de Bellas Artes le organizó una exposición monográfica con sus obras a su muerte. No hay aún un estudio específico sobre ella, la información sobre aquella exposición es una incógnita, mis continuas peticiones al Museo, vía registro, para acceder a ella han quedado siempre sin responder.
Hace un par de años impartí una breve charla sobre Inés Salzillo, Cecilia Sánchez Araciel y Paz Martínez, y efectivamente la información sobre estos personajes es mínima.
Excelente artículo. En el taller de Anastasio Martínez trabajó con bastante autonomía su hija Paz. Participó en solitario en algunos certámenes de escultura. Murió antes de cumplir los 25 años, y a su muerte el Museo de Bellas Artes realizó una exposición con su obra.
Hace un par de años impartí una pequeña charla sobre Inés Salzillo, Cecilia Sánchez Araciel y Paz Martínez. La información sobre estas figuras es mínima. De Inés Salzillo lo más destacado un reciente artículo de Concepción de la Peña. Por otro lado la información sobre aquella exposición a Paz Martínez sigue sin conocerse, han sido muchas las peticiones, vía registro de la CCAA, al Museo de Bellas Artes para acceder a los archivos, y a lo largo de los años nunca ha habido respuesta.