La historia de Amina

CARTAS DESDE TOMBUCTÚ. Por Antonio V. Frey Sánchez.

Querida Elena,

El Sahara es un lugar, o, mejor aún, un conjunto de lugares que rebosa una riqueza inimaginable, más allá de sus pintorescos paisajes y sus gentes. El Sahara te regala secretos a través de historias, fábulas y cuentos a veces tan cercanos que nos recuerdan lo común de la condición humana por encima de culturas o religiones. Hace unos días, haciendo noche en una pequeña aldea llamada Echeidiría, mientras bebíamos té al calor de una hoguera, un viejo me narró el cuento de Amina; una especie de fábula con moraleja digna de ser reproducida. Dice así:

Era Amina una mujer de cuarenta y tantos, de serena belleza y simpáticos ojos verdes. Era dueña de un gran rebaño de camellos, heredados de su difunto marido, lo que le otorgaba una posición muy cómoda y holgada. Hacía varios años, Amina había conocido a Fuad; un apañado y humilde maestro que iba de allí para acá enseñando a leer y a escribir a los niños del pueblo a cambio de unas pocas monedas. Muy enamorados, Amina y Fuad mantuvieron una relación sobre la que, a veces, se cernían las habituales sombras de la duda. Para asombro y divertimento de sus amigos y vecinos, el fuerte carácter de Amina hacía que su relación se rompiera y se retomara con frecuencia, pues el amor siempre triunfaba.

Pasados unos años, Amina y Fuad estrecharon su amistad con una vecina, Lamya, quien había perdido a su prometido tras una breve enfermedad, quedándose muy sola, pues no tenía amigos. Apiadados de ella, y con ánimo de confortarla e impedir que se consumiera en su soledad, la invitaban al té, comían juntos, etc. Un día, Amina y Fuad volvieron a las andadas. Y aunque parecía que esa vez no se iban a dar más oportunidades, en ellos subsistía un amor y un cariño intransitivo que se negaba a morir. La realidad es que ambos confiaban en que el tiempo los uniría otra vez. Pero he aquí que Lamya, viendo en aquella ruptura la oportunidad de disfrutar de una segura compañía que, además, le iba a garantizar una mejor calidad de vida, comenzó a sembrar cizaña entre Amina y Fuad, con el fin de distanciarlos lo máximo posible, y tener a Amina a su merced. Dicho y hecho, finalmente provocó una disputa entre ambos, en la que Amina, aún sabiendo de las malas artes de Lamya, se puso de su lado. Y, pese a los esfuerzos del pobre Fuad por tender puentes con su querida Amina, ésta parecía más cómoda con Lamya, con quien ya se había acostumbrado a compartir ratos y paseos… mientras miraba de reojo a otras vecinas felices con sus maridos y se preguntaba por su destino. Al final, Fuad, cansado, frustrado y dolido ante los desprecios y la falta de lealtad de Amina, decidió abandonar el pueblo, para no verla nunca más.

El anciano no me contó qué fue de Amina ni de Fuad. De hecho, insistió en que la verdadera protagonista era la siniestra Lamya, a quien sus artimañas mejoraron su miserable vida, aún a costa de socavar la felicidad de los otros dos. “De los tres”, me dijo el anciano, “¿a quién crees que le cambió la vida a mejor?”. La lección del cuento –que bien podría trazarse con otros nombres y otros lugares- era clara: el Mal, que siempre acecha, cuando triunfa por acomodo o por conveniencia, convierte sutilmente a sus víctimas en esclavos. Estos, durante un tiempo, podrán engañarse a sí mismos creyendo que su nueva condición es la mejor, pero tarde o temprano empezarán a oír el tintineo de sus cadenas, y se preguntarán si su descarrío mereció la pena. De esas pruebas líbrenos el Señor, mi querida Elena, pues son antesala del sufrimiento; el que nunca desearía para ti.

Antonio V. Frey Sánchez

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.