LA CONEXIÓN CON ELLAS

HISTORIAS DE UN SOLTERO DESENCANTADO. Por José Antonio Martínez-Abarca.

En esta vida sólo he tenido conexión de verdad, muy elevada, hasta extremos yo diría que supraterrenales, cegadores, como una manifestación divina, con algunas mujeres. Con unas pocas almas y unos pocos cerebros femeninos, punto y final, ningún hombre, ningún amigo, nadie más. Alguna de esas mujeres se sorprendió de la revelación que su espíritu había supuesto para mí. Pero también en esta vida sólo he sentido imposibilidad absoluta para un mero entendimiento con esas mismas mujeres mencionadas. Con esos mismos cerebros y almas femeninas con los que de pronto, sin saber bien por qué, se hacía trabajoso dirigirles una palabra cualquiera.

Es bien extraño lo que ocurre entre hombres y mujeres, desde la noche de los tiempos. Sé que son seres muy alejados de mí, pero son las únicas personas con las que he sentido auténtica cercanía, un tiempo. Como decía un poema de Ángel González, nos quisimos, «pero nunca el mismo día».

– O sea, que en la misma persona en la que encuentras un día a tu alma gemela se esconde también el adversario, esperando la oportunidad de echarlo todo a perder.
-Exactamente.

Sólo me he podido comunicar de verdad con mujeres, no con hombres, aunque estos últimos me hayan rodeado siempre (al menos en los días en que me dejo tratar personalmente) y aprecie su camaradería. La única cosa que me ha rodeado más que los hombres son las cervezas. Pero sólo ellas, algunas mujeres, han sabido llegar hasta mí, hasta quién soy realmente, algo muy complicado que ellas han hecho fácil. Esa es la buena noticia. La mala es que esa mi comunicación tan profunda con lo femenino se cortó en un momento dado, sin que nunca haya sabido las auténticas razones de esa paradoja. ¿Después de todo yo no dejaba de ser un hombre, y por eso el sentimiento de «identidad» podía llegar hasta cierto punto? ¿Todo fue una ilusión, algo irreal? Hablo de una conexión profunda con algunas mujeres en un nivel espiritual, no una pulsión animal instigada por sus feromonas, aunque ambas cosas, alguna vez, puedan coincidir (y cuando coinciden, se cierra el círculo de perfección, algo sagrado, y aparece eso que el satanista Aleister Crowley llamaba su «mujer escarlata»).

Según mi experiencia, existen las «mujeres escarlata», aunque se desvanezcan antes o después. ¿Por qué se desvanecen, si la conexión espiritual es tan profunda? Con las mismas personas -femeninas- por las que he sentido una sorprendente identidad inmediata y total, esa sensación mágica que muchos atribuyen a absurdidades como «haberse conocido en otras vidas» (y que desde luego no me ha pasado con hombres, a los que sin embargo los he conocido mucho más extensamente que a ellas), de repente ocurre que dejo de tener el más mínimo punto de entendimiento. Ni el más mínimo. Una imposibilidad metafísica de comunicarse siquiera superficialmente, ni aunque digas que vas a comprar el pan. Cuando yo digo buenos días, ellas dicen buenas noches. Dejamos -¿por qué?- de hablar el mismo idioma. Cuando antes el idioma que desconocíamos surgía sin saber cómo entre dos espíritus que parecían gemelos. Dejamos de habitar el mismo planeta. Cuando antes ese planeta era una brillante estrella errante que sólo nos acogía a los dos. Un día, notas la inequívoca mirada de que te ven por vez primera. Has pasado a ser un extraño. A nosotros ella tampoco nos recuerda en nada a la que era ayer al caer el crepúsculo. Ellas teóricamente son las mismas personas, sin que hayan sido sustituidas por ninguna copia alienígena procedente del espacio exterior. De mí, más o menos, se puede decir lo mismo. ¿Qué ha ocurrido?

-Buenos días.
-No digo ni que sí ni que no, señor Abarca.

Podemos estar de acuerdo en que la mujer es en realidad, más allá de un género del ser humano, o una «clase social» (que dice la feminista Lidia Falcón), una especie distinta, más evolucionada que el hombre. Pero eso no explica por qué el hombre, en la misma idéntica mujer, encuentra conexión absoluta e incomunicación total. El misterio dudo que tenga respuesta.


José A. Martínez-Abarca

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