MESA CAMILLA. Por Paco López Mengual.
A veces, lo vivido tras beber más de la cuenta y lo soñado mientras duermes la borrachera, logra que se mezcle y se confunda lo real con lo fantástico. Y esto es lo que debió ocurrirle a un maestro zapatero llamado Juan, que vivió en la ciudad de Murcia a principios del siglo XVIII.
Un lluvioso 25 de abril, el día que los zapateros festejan San Crispín, el patrón de su gremio, Juan había discutido airadamente con su mujer. La esposa conocía la afición desmedida de su marido por el vino y se oponía a que saliese a beber esa noche con sus colegas. “¡Vete con el demonio!”, le gritó irritada la mujer desde la ventana, viéndolo marchar a la taberna bajo la lluvia.
LA NOTICIA DE AQUELLA APARICIÓN CORRIÓ DE BOCA EN BOCA POR LA CIUDAD DE MURCIA
Como en otras ocasiones, al maestro zapatero se le fue la mano con la bebida y, de regreso a casa, al pasar dando tumbos bajo la torre de la Catedral, vio que el reloj marcaba las tres de la madrugada, la llamada hora del demonio. Al entrar en su calle, un gato de pelo oscuro se plantó ante él, impidiéndole con descaro el paso. Juan se agachó como pudo, tomó dos piedras y se las lanzó al animal con la intención de que se apartara de su camino. No le atinó con ninguna de las dos y el gato comenzó a avanzar hacia él. Entonces, temeroso de sufrir un arañazo, buscó refugio en un portal. Pero cuando el animal llegó a sus pies, el zapatero se dio cuenta de que, en realidad, se trataba de un cabrito. “Lo que hace el vino”, se dijo. Entonces pensó que si lo llevaba a casa y se lo entregaba de forma cariñosa a su esposa como un obsequio, sin duda lograría suavizar bastante su enfado. Así que lo agarró para que no escapase, lo echó al hombro y encaró, no sin dificultad por la borrachera, el último tramo que restaba hasta su portal. Pero a cada paso que daba, Juan sentía que el cabrito pesaba más y más sobre su hombro. Cuando apenas quedaban un par de metros para su casa, y a punto de caer de rodillas por el enorme peso que llevaba a cuestas, se detuvo y contempló su imagen ante un charco de lluvia que se extendía a sus pies. Fue entonces cuando, en el reflejo del agua, descubrió aterrado que no portaba un cabrito sobre su hombro sino a un individuo de puntiagudas barbas, encendidos ojos y enormes cuernos, que reía de forma demoníaca. La terrible visión hizo que el maestro Juan se desplomara sobre el charco y perdiese el conocimiento. Y en esa posición lo encontraron al amanecer, despertando por los zarandeos y los gritos de “¡borracho!” que le lanzaba su mujer. El zapatero, con el gesto de terror aún instalado en su rostro, convencido de que todo había sido real y no producto de un sueño, corrió hasta la iglesia de Santo Domingo y, arrodillado, le contó a un confesor que había llevado al mismísimo demonio a sus espaldas. El sacerdote lo creyó y no dudó en rociarlo con agua bendita para limpiarle las huellas que le había dejado Satán.
Sin saberlo, la visión de esa noche obró un milagro, ya que desde ese día Juan no volvió a probar el vino; no haciendo ni siquiera una excepción en el día de San Crispín.
La noticia de aquella aparición corrió de boca en boca por la ciudad de Murcia, hasta el punto que, según dejó escrito Díaz Cassou, a la calle del Horno, que fue el lugar donde ocurrieron los hechos, la gente le cambió el nombre y comenzó a llamarla la Calle del Cabrito.