DE MURCIA AL CIELO. Por Carmen Celdrán.
Hay ocasiones en que una persona nace en el lugar equivocado. Aunque se proceda de una familia asentada en una ciudad y en un país concreto, parece que de algún modo el alma pertenece a otro espacio, y la vida conspira para llevarnos de vuelta a ese hogar imaginado. Tal es el caso de Gustavo Gillman.
Gustavo nació en una familia acomodada de Londres a mediados del siglo XIX, un tiempo en el que el romanticismo lo invade todo y el hombre cree poder dominar el mundo con la herramienta del progreso. La humanidad acumula en el siglo XIX más inventos que en toda su existencia, y Gillman recibe una estricta formación como ingeniero que le abre las puertas del éxito profesional en las compañías anglosajonas que, por aquel entonces, explotaban las minas del sur de España.
En aquellos tiempos, el territorio de Almería, Jaén, Murcia… debía resultar absolutamente exótico y remoto para un londinense de clase acomodada. El jovencísimo Gillman desembarca en Gibraltar en 1871 y queda prendado de los paisajes del litoral mediterráneo español. Llega a Águilas, pero antes hubo de pasar por Málaga, Linares, Granada -donde se casó con una malagueña en 1881-.
El embarcadero se inauguró en 1903 y estuvo en servicio hasta los años 70 del siglo XX. Desde entonces la estructura ha estado abandonada.
El sur de España era, en aquel tiempo, el Dorado de las modernas compañías londinenses. Un territorio preñado de metales preciosos, explotado desde los tiempos más remotos, y que ahora con las modernas técnicas extranjeras producirían a las corporaciones británicas pingües beneficios. Pero también era un terreno subdesarrollado, que carecía de las más elementales infraestructuras de comunicación. A cambio de expoliar los ricos recursos naturales de la zona, las multinacionales británicas crearon riqueza y dotaron a las poblaciones mineras de los medios de transporte que necesitaban, particularmente el ferrocarril. Para ese fin, necesario para la explotación minera, crearon sociedades como la Compañía inglesa de Ferrocarril The Great Southern Of Spain Railway que contrataron ingenieros como Gillman, que llegó a ser su director. Gillman fue también un aficionado a la fotografía, dejando un inmenso legado de instantáneas de su época que recientemente hemos podido contemplar en el Archivo Regional.
Gustavo Gillman trabajó en diversas minas del sur de España hasta que recaló en Águilas en 1885 donde se afincó junto a su esposa, encargándose de la supervisión de las obras de construcción de la línea férrea Granada-Almería-Murcia, parte de la cual transcurría por Águilas, sirviendo al transporte de mineral de las sierras cercanas. En ese contexto Gillman propuso a las autoridades la construcción de un cargadero de mineral en la bahía del Hornillo.
Para realizar el embarcadero la compañía valoró tres proyectos, pero finalmente encargó el diseño y la construcción a Gustavo Gillman.
Se trata de una estructura mixta, sujeta a la plataforma a 12 metros sobre el nivel del agua. Sobre los caballetes, apoyadas en durmientes y traviesas se montan las vías. A lo largo de su recorrido transcurre por puentes y túneles. El embarcadero se inauguró en 1903 y estuvo en servicio hasta los años 70 del siglo XX. Desde entonces la estructura ha estado abandonada, dañando la sal y el agua su estructura de hierro.
En 2009 fue declarado Bien de Interés Cultural, y se realizó una restauración parcial y musealización de uno de los túneles. Sin embargo, la falta de mantenimiento y el vandalismo han vuelto a sumir este tesoro de la ingeniería industrial decimonónica en la ruina.
Hoy el embarcadero de El Hornillo es un elemento paisajístico de primer orden, enmarcado en la preciosa bahía del mismo nombre, situada frente a la Isla del Fraile, ofrece unas enormes posibilidades turísticas que, como siempre, nuestras administraciones no han sabido aprovechar.