El Sahara misterioso

Cartas desde Tombuctú, Por Antonio V. Frey

Boomerang frente al Tell El Gaada

Querida amiga,

Hay en el inconmensurable paisaje del Sahara vestigios de su pasado prehistórico que, virtud al misterio que los envuelve, invitan al explorador a sumergirse en un sinfín de preguntas muchas veces de difícil respuesta. Túmulos, petroglifos –piedras grabadas-, pinturas rupestres y fascinantes geoglifos –alineaciones pétreas- nos hablan de una rica sucesión de culturas bereberes prehistóricas. Visitarlos es como recorrer cientos de kilómetros por interminables pistas de arena y piedras acaso adornadas por solitarias acacias.

Creo que ya te he hablado alguna vez de los campos de túmulos que nos hemos encontrado en las áreas rocosas del desierto, pues es imposible no maravillarse de impresionantes amontonamientos de piedra, en ocasiones con una sofisticada arquitectura dentro de su sencillez. Las excavaciones arqueológicas, llevadas a cabo desde los años cuarenta y cincuenta, han dado a conocer su estructura y complejidad con nombres tan singulares como bazinas, chuchas, etc., lo que los hace, junto con la abundante pintura rupestre y los grabados en piedra, los vestigios prehistóricos más conocidos del Sahara. Los beduinos, siempre orgullosos de su país y los recursos que atesora, son respetuosos conocedores del tal patrimonio a través de leyendas que consagran tales hitos, atribuyéndolos, en su magnificencia, a una raza de gigantes prehistóricos a los que denominan hilalíes. Al menos, así lo manifiestan cada vez que se les pregunta.

Junto a algunos grandes túmulos hay, además, geoglifos con formas variables, fundamentalmente líneas rectas, “alas de mosca” y medialunas. Son los vestigios que más han captado la curiosidad de quienes hemos investigado en el Sahara. Se trata de formaciones que varían desde los 50 hasta más de 1.000 metros de tamaño, por lo que algunas de ellas son apreciables incluso mediante satélite. Mientras que las líneas rectas apuntan hacia lo alto de colinas o grandes túmulos devenidos en montículos arenosos, las formaciones en “ala de mosca” se caracterizan por dos grandes alas de punta roma, cortadas por un eje. Lo más intrigante de todo es que constan formas similares en el Sahara central y en el desierto de Arabia. Imposible no evocar las célebres líneas de Nazca.

Más interesantes son, aún, las medialunas, cuya orientación común es poniente, y suelen conservar en su centro, desde donde parten los extremos, un túmulo. Es inevitable no pensar, por su forma, en los bumeranes. Precisamente por su gran tamaño y su escaso relieve, los primeros en percatarse de su existencia fueron los pilotos que hacían vuelos, allá entre los años cuarenta y cincuenta, entre El Aaiún y los puestos fronterizos con Argelia, es decir, en el curso medio y alto de la Saquia El Hamra. Pues para destacar sobre el suelo arenoso, sus constructores habían empleado una piedra negra que allí abunda, que, en ocasiones, como he comprobado, está cortada por alineaciones perpendiculares de otro color. Tal sofisticación sugiere que se trata de monumentos funerarios con una doble función de calendario astronómico, de manera que esas líneas cruzadas en los brazos de las medialunas podrían estar representando de alguna forma una compartimentación cronológica vinculada al alcance de los rayos del Sol. 

Sea como fuere, imagínate, mi querida amiga, los últimos estudios sugieren una antigüedad milenaria, probablemente en la época en que el Sahara recién se había desecado (5.000 a.C.), lo que nos demuestra que esos primitivos habitantes del Sahara poseían unos sólidos conocimientos de la ubicación y movimiento de los astros fruto de años y años de paciente observación. Imagínate la mezcla de asombro, reverencial respeto y fascinación que produce estar paseando en medio de esos milenarios geoglifos perdidos en la inmensidad del desierto.

Antonio V. Frey Sánchez

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