Por José Antonio Martínez-Abarca
Las Medallas de Oro de la Región de Murcia que se imponen en la Asamblea Regional sita en Cartagena, como altos premios institucionales de nuestro territorio, se conceden por dos motivos fundamentales: por la acumulación de especiales méritos en el ejercicio profesional o bien por una especial significación social, por ser un símbolo reconocido y reconocible, normalmente con una tradición detrás, de amplísimo acuerdo entre distintos; por representar valores que construyen la convivencia y la ayuda mutua. Ambos motivos se reúnen en la concesión, este año, de la Medalla de Oro regional al Real Casino de Murcia.
El Casino social debe ser premiado, pues, por dos razones principales: como una institución privada de éxito profesional a lo largo de los siglos y por ser lugar de consenso típicamente español y por tanto murciano. Espacio de acuerdo, de bonhomía, de dialéctica, de amistad y de intercambio espiritual entre personas muy diferentes. Conocer es apreciar, porque conocer es aproximarse y comprender. Durante la complicada y tantas veces contradictoria historia de nuestro país de los últimos siglos (vamos a ceñirnos a los tres últimos, por quedarnos más cerca y porque tantas cosas nacidas entonces siguen superviviendo en el sentir colectivo) hemos visto dramáticos cambios políticos, guerras, no pocas de ellas civiles; situaciones de extrema escasez, cainismos, rapidísimos y normalmente trágicos movimientos pendulares que a pocas cosas buenas han conducido, etcétera. A pesar de todo ello, es decir, por encima de ello, la institución del Casino social, y singularmente, ya que de él se trata, el Real Casino de Murcia, ha permanecido prácticamente inalterable.
No nos referimos al estado de su construcción, que por supuesto ha conocido peores épocas que la actual y ha ido transformándose, si bien respetando todo lo valioso y esencial. Con esencia inalterable del Casino nos referimos a su gente, que no es la misma gente, pues se han sucedido muchas generaciones, permaneciendo sin embargo a través de esas diversas generaciones todo lo que hizo de esta institución el lugar de convivencia específicamente español. En un país llevado con frecuencia por pasiones desatadas y ansias de autodestrucción, que exista este lugar de convivencia específicamente español, que exista durante tanto tiempo ininterrumpido, que exista además prácticamente inalterado, nos habla de dos cosas muy importantes: la capacidad de resiliencia (o aguante, como se decía antes) de los españoles y de una especie de entrañable contradicción espiritual que todos, por ser españoles, llevamos dentro: no hay pasiones desatadas que no puedan aquietarse dentro del Real Casino, y anudar en él empatías entre diferentes que, como buenos nacidos en un país tan genuino y diferente como éste, llevamos hasta la muerte.
Lo que se ha premiado es lo que nunca debe desaparecer, o siquiera cambiar, porque es de lo mejor que atesoramos en Murcia y en España
Como bien dijo el presidente del Real Casino de Murcia, cuando se conoció que esta institución privada recibiría este año la Medalla de Oro de la Región de Murcia, el Casino viene cumpliendo «olímpicamente» con sus obligaciones de cortesía, comprensión, acuerdo, consenso entre ciudadanos que piensan diferente. Lugares como un Casino social existen en otros países, por ejemplo Italia, quién sabe si por influencia española. Pero en ningún lugar es tan necesaria esta existencia, dada nuestra particular forma de ser y nuestra asendereada historia. Hasta tal punto el Casino es un invento que surge del propio sentir social español y no una institución que se impone desde arriba hacia la sociedad que, como es sabido, en muchos sitios pequeños de España donde no existe, o no ha existido nunca, un Casino social como tal, éste ha venido siendo representado, incluso hasta tiempos actuales, por la famosa «rebotica», lugar de encuentro en la farmacia del pueblo donde lo acostumbrado es que se reuniesen algunos representantes de poderes civiles (el farmacéutico, el médico, el maestro, algún otro personaje especialmente respetado o influyente), poderes militares (quien comandase a la Guardia Civil en ese momento, algún militar retirado) y, por fin, poderes eclesiásticos, con el párroco a la cabeza. En otras palabras, el Casino surge por necesidad natural del país, y donde no lo hay es sustituido por algo que hace, mal que bien, sus funciones. A todo esto, creo, es a lo que se da la Medalla de Oro. Porque verdaderamente representa lo mejor del país.
Y, más en concreto, el Real Casino de Murcia es, poca discusión al respecto, de los mejores casinos sociales de nuestro país, como también dice su presidente, «el edificio civil más visitado de la capital de la Región». Se han rodado películas de repercusión mundial en sus salas y galerías, ha servido como centro neurálgico del conocimiento y el intercambio de impresiones en la capital murciana, un poco, bastante, como lo eran los foros romanos y, antes, los foros griegos (una ciudad era su foro, y lo que nunca acudía al foro no era ciudad). Al final, lo que se ha premiado es lo que nunca debe desaparecer, o siquiera cambiar, porque es de lo mejor que atesoramos en Murcia y en España. Patrimonio inmaterial. Ese espíritu que no es negociable ni renunciable, porque dentro de él todo lo razonable cabe.