CICUTA CON ALMÍBAR. Por Ana María Tomás.
Igual que hay un teléfono que atiende a los ancianos que viven en soledad o a las mujeres maltratadas… debería existir uno que atendiera a las personas que han sido difamadas, vituperadas, acosadas y derribadas. Me consta que este estaría continuamente colapsado.
Y es que en este bendito país, y en todos los lugares, no nos engañemos, hay tal cantidad de «gente menuda» que no permite que allí pueda habitar ser alguno que descuelle por encima del resto. Lo de «gente menuda» lo digo, obviamente, por los enanos mentales: «Gente menuda que feliz disfruta/ alardeando de saber y ciencia…/ ¡Qué paciencia más grande! ¡Qué paciencia cultivar tantos árboles sin fruta!» (Miracle, dixit).
¿Qué sería de esa pobre gente si todos se contentaran con ser patos de la charca? Es necesario que haya cisnes… o quizá son cisnes porque son de «plumaje» distinto.
Con lo fácil y lo saludable que sería vivir y dejar vivir, en lugar de amargarse, como perro de hortelano que ni come ni deja, acumulando bilis y enfermando de envidia hasta el tuétano.
Son como alfileres, cuya parte menos importante es la cabeza; ellos son solamente útiles cuando clavan su aguijón
Esta «gente menuda» lleva por lema el «difama que algo queda»; y eso es lo que hacen: difamar. Como motivo les basta que alguien pueda ser más alto, más brillante, más atractivo, que pueda triunfar o tener más dinero, es suficiente con descollar un poco (o un mucho) de la mediocridad en la que ellos seguirán por siempre inmersos; a veces, no necesitan ni tan siquiera un motivo, son como las serpientes venenosas (sólo que de estas no podemos librarnos: no tienen cascabel que nos alerte de su presencia), destilan veneno porque sí, porque ese es su natural estado, porque nunca se han esforzado ni preocupado en superar la parte salvaje que de alguna manera todos llevamos dentro; porque son como alfileres, cuya parte menos importante es la cabeza; ellos son solamente útiles cuando clavan su aguijón. Se regodean y disfrutan, como cerdo en lodazal, con el dolor ajeno.
Los medios que utilizan, como están carentes de imaginación, suelen ser siempre los mismos: si es a un hombre al que pretenden cargarse, como eso del sexo está muy bien mirado entre los machos y atribuirle conquistas no sería más que piropearlos, se pasa a untarlo con injurias económicas, malversaciones, trapos sucios, etc. Si es una mujer lo tienen más fácil, les basta asegurar que todo lo que la susodicha haya podido conseguir ha sido a base de ir escalando camas en el organigrama de su empresa. Esta «gente menuda» se degrada a sí misma arrastrando por sus prostituidas mentes el honor de quienes están totalmente inalcanzables para ellas. Además, olvidan que colocar entre las prostitutas a una mujer no es más que darle la posibilidad de que les lleve delantera en el Reino de los Cielos. Ya lo dijo Jesucristo, que de hipócritas sabía mucho: «Los publicanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el Reino de Dios» (Mt. 21-31).
Finalmente, parecen también olvidar que escupir a alguien que queda más alto sólo puede causar salivazos en la cara.