El mal servicio

Contra casi todo, por Jose Antonio Martínez-Abarca

Recuerdo que yo aún era pequeñito y ya venían «cartas al director» en los periódicos de la provincia quejándose del mal servicio que había recibido alguien en restaurantes de Murcia (como si algún director de periódico de la provincia fuese mínimamente responsable de esta cuestión). Naturalmente, los periódicos nunca publicaban cartas donde se identificase a algún restaurante concreto. Así que eran cartas, digamos, costumbristas, como esas otras donde clientes de desconocidas marisquerías protestaban porque a sus gambas, para conservarlas, les habían puesto ácido bórico. 

Cada tanto, se publicaba una carta de un lector denunciando ácido bórico en gambas como se publicaban regularmente protestas sobre el mal servicio en Murcia. El paisaje recordado de mi infancia se compuso básicamente de marisquerías con gambas en presunto mal estado y camareros mitológicos y terribles que al llegar con la respetable familia a la mesa preguntaban aquello de «venga, decidme cosicas».

Pero yo echo de menos aquel mal servicio tan rudo, que llegó a ser tradicional y, por tanto, atesorable. Añoro de alguna forma aquel servicio en merenderos y hasta restaurantes de medio qué con camareros naturalmente calvos que llevaban el trapo de fregar las mesas húmedo sobre el hombro, cerco color lenguado rodeando las axilas sobre la camisa blanco nuclear y poco humor para aguardar que en la comanda alguien pidiese su plato sin trazas de frutos secos o con poco gluten. Llevaban a la clientela recta como una llave. No había nadie que se atreviera, como he presenciado últimamente (lo juro), a preguntar si su lechuga cortada «en perdiz» se trataba de «lechuga vegana». Se trataba de gente correosa que cuanto más te conocía más hondo traía clavado su dedo pulgar en tu plato de sopa. Hemos perdido las buenas costumbres del mal servicio. 

Desde hace ya bastantes años el mal servicio tan nuestro, el mal servicio prácticamente orgulloso de serlo, ha sido sustituido por gente demasiado sonriente, artificialmente agradable y sin sustancia, que reciben a los clientes haciendo monólogos supuestamente inventivos y como de telecomedia de situación (en realidad hoy día todo el mundo menor de cuarenta habla como si estuviera permanentemente en una telecomedia de situación) y saludan a tu abuelo preagonizante con un «qué hay, chicos». Para eso nos quedamos mejor con el venerable «decidme cosicas». 

Lo que ocurre hoy es el nuevo mal servicio disfrazado de buen servicio. Yo prefiero el antiguo, porque todo lo malo es mucho peor si encima le añaden la cursilería.

José Antonio Martinez-Abarca.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.