EL FUEGO

HISTORIAS DE UN SOLTERO DESENCANTADO. Por José Antonio Martínez-Abarca.
Leí en una revista de psicología que yo estaba entre el escaso cinco por ciento de integrantes de una hipotética pareja para quien el paso del tiempo no afectaba para la pasión en común, sino que al contrario, esa pasión ardiente con el paso del tiempo iba en aumento. En efecto, se habla de la crisis pasional en la pareja de los dos meses, de los tres meses, del año, de los dos años, de los cinco años, de los siete años, de los veinte años… El caso es inventarse aniversarios de las crisis en el ardor emocional y sexual, como también los grandes almacenes se inventaron fechas absurdas para celebrar el amor. Nada de eso me afecta en mi pasión.

Mi fuego amoroso suele empezar como una diminuta llama azulada, fría. Pero con el paso de los meses, no digamos los años, se convierte en un magma volcánico que sólo mi trabajada autocontención es capaz de frenar, para no molestar a quien, para entonces, ha enfriado sus arrebatos iniciales. Soy un privilegiado en este aumento de la pasión con el transcurso del tiempo, lo cual quiere decir un desgraciado en la vida real. Prácticamente nunca he podido desarrollar mi pasión con mi pareja del momento. Esas uniones se han acabado antes, contra mi voluntad. De hecho, he podido desarrollarla, mi pasión, las mismas veces como aquello que se decía de los viajes a Nueva York antes de inventarse el low cost, de una a ninguna. Pero lo importante, y es a lo que vamos, es que yo sí he notado por dentro que mi pasión crecía con el tiempo, mi ardor se inflamaba con los meses o años, mi excitación se volvía instantánea cada vez más con solo oler las feromonas de la chica. Pensar en que me rozaba era el summum. La rutina en pareja me es ajena. El aburrimiento, también.


MI EXCITACIÓN SE VOLVÍA INSTANTÁNEA CADA VEZ MÁS CON SOLO OLER LAS FEROMONAS DE LA CHICA. PENSAR EN QUE ME ROZABA ERA EL SUMMUM


-De modo, querido, que según tú entras dentro de los rarísimos especímenes para quienes el conocimiento diario y doméstico de su pareja no afecta en la disminución de su ardor sensual, en la sensación de lo ya vivido, en la costumbre que todo lo mata…

-Exacto, querida. Con el paso del tiempo, veo a la pareja como más deseable, más incluso como nueva, aunque sea una paradoja. Como si descubriera novedosas cosas suyas cada día, matices que no había visto antes, y las cosas que ya conocía de ella me supusieran una excitación mayor.

-Pues, querido, eso es una suerte tremenda. Casi nadie puede decir lo mismo. Todo el mundo se queja de lo contrario. Y, claro, luego quieren cambiar de caballo a mitad del río y se producen toda clase de desastres sentimentales, sobre todo con la maldita irrupción de las redes sociales, que ha sido mucho peor que una invasión de rusas en el municipio de El Ejido.

-Si quieres que te cuente la verdad, querida, no ha sido una suerte, sino una tremenda frustración. Es como el don de la inmortalidad, si alguien lo tuviese: en principio parece deseable, y luego en realidad es un horror porque todo el mundo a quien quieres y toda la vida que conoces se te muere y desaparece infinitas veces. Aquí ocurre que no he tenido oportunidad en mi vida de desarrollar esa pasión creciente. Mis parejas no me han durado lo suficiente como para que ese ardor siguiese creciendo y creciendo. Lo que ha pasado es que mi pasión crecía, pero la de mi pareja no. La de mi pareja se marchitaba, se aburría, se rutinizaba, es decir, lo que pasa con casi todos. Cuando me abandonaban, mi pasión era mucho más grande que cuando empecé con esa pareja y por contra la suya era mucho más pequeña, irrisoria, y a veces inexistente.

Me he sentido alguna vez como esos protagonistas de alguna película de ciencia ficción trágica donde su tiempo es eterno, o al menos extenso, y sus amadas sin embargo disponen de muy poco antes de que deban marcharse para siempre. El tiempo de cada uno corre en sentido inverso. Sé que voy al revés del mundo. Las pasiones se supone que son pasiones precisamente porque son breves, porque la incandescencia, que todo lo quema, no puede durar. Porque en principio parece inamovible aquella publicidad de la famosa película de los años ochenta, «Nueve semanas y media, que decía: «si algo está muy caliente, déjalo que se queme». Pero no. Hay excepciones a la regla. Soy una de ellas. Lo sorprendente es que en unos pocos seres humanos la incandescencia del amor puro y la pasión erótica con la misma pareja es como las llamas del Infierno, que cada vez son más altas porque hay más almas que las alimentan. Soy un privilegiado. Soy un pringado.


José A. Martínez-Abarca.

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