ARS Casino, por Loreto López

La discreción de este espacio, el más alejado del bullicio del Casino, trasciende su más reciente uso como comedor exclusivo para socios. Está ubicado en una sala anexa al actual comedor, con grandes ventanales hacia la calle Montijo.
Llamado Español por su castiza decoración, de evidentes referencias a la tradición hispana renacentista: una bonita azulejería andaluza de estilo neomudejar en los zócalos, un artístico artesonado (fingido, por tratarse de escayola) en los techos, además de los dos grandes ventanales emplomados, flanqueados por columnas y rematados en arcos, junto a las recias puertas de casetones con ménsulas antropomorfas superiores, igualmente de escayola, y la gran chimenea que preside la sala; todo crea un conjunto muy efectista, digno de una idílica casona señorial del siglo XVI.
En mi búsqueda de datos históricos sobre este espacio siempre encontraba que ocupa el lugar que antes era denominado la sala del Congo. Durante mucho tiempo, inducida por un antiguo texto sobre esta salita, estuve pensando que esto del “Congo” debía referirse a algún tipo de juego y, como tal, encontré que a finales del XIX así se llamaba por Europa a un antiguo juego procedente de África, el “Mancala” o “Songo Ewondo”, que con tan difícil nombre no era de extrañar el cambio. Pero no, finalmente y gracias a la hemeroteca, descubro que aquí se reunía a finales del siglo XIX la denominada peña del Congo, tal como se describe en un artículo firmado bajo el seudónimo de Baobal.

UNA BUENA IDEA
El Casino tiene sus círculos pequeños, sus tertulias de unos cuantos amigos, identificados por ideas, por aficiones, por edad o rarezas. Los que conocemos a fondo el gran mentidero, distinguimos perfectamente los bandos, grupitos o camarillas, como se quieran llamar.
Quienes pertenecen al partido del “dominó”, donde pelean bizarramente militares de alta graduación y paisanos muy respetables. Otros forman en el grupo de los “espiritistas”; que luego, después de las once de la noche, cuando la música acaba, discuten junto a los armónicos instrumentos todas las cuestiones palpitantes con calor excesivo; mayor aun que el de la gran estufa colocada en el centro del salón de café, para dar fin con los que vamos allí a diario. Tantos son ya los catarros que cuesta, por culpa de dos o tres exigentes.
“Los espiritistas” pierden su calificativo con la última nota musical para recibir la denominación de “pieles rojas”. Explíquese quien pueda estos nombres. En el gabinete encarnado, se reúne “el Congo”, los padres graves, temibles por sus sátiras, saladísimos en sus murmuraciones. ¡Han vivido tanto!… Aquello es una sala de disección, en ciertos instantes.
“El Congresillo” lo constituye la gente joven, los que molestan luego a los mayores ahuyentándolos del salón de café con las matinées de los días de fiesta. Su campo de operaciones se encuentra en la antesala de la chimenea contigua al salón de baile….
(Las Provincias de Levante / 28 de noviembre de 1896)

Y, ¿por qué de El Congo? Se preguntarán ustedes. Supongo que por entonces estaba muy candente en toda la prensa la campaña internacional que en 1890 comenzó contra el Estado Libre del Congo, presionando al gobierno belga de Leopoldo II, denunciando los abusos de los que se hicieron eco los misioneros cristianos, testigos de las atrocidades cometidas contra la población. Esto, sin duda, daría tema para las largas tertulias del grupo reunido en aquella salita discreta del Casino.
Hacia 1917, bajo la presidencia de don Vicente Llovera Codorníu (1916-1921), se remodelan estas zonas interiores, el salón de café y la sala del Congo, quedando la primera como lujoso salón de café/comedor y la segunda como reservado, suponemos que, como otras por aquella época, decoradas por el virtuoso Manuel Castaños. Serán los últimos trabajos dirigidos por Pedro Cerdán, terminando con ellos su relación laboral con la institución.
