DE MURCIA AL CIELO. Por Carmen Celdrán.
Hubo un tiempo en el que Murcia fue grande, muy grande. Aunque se puede citar como precedente la desconocida Cora de Tudmir, la conformación de un territorio al sureste español con capital en Murcia, con entidad cultural, política y administrativa propia, coincide con el ascenso de la dominación musulmana en la península. La importante metrópoli de Cartagena, verdadera urbe durante el imperio romano, había decaído en importancia, hasta el punto de desaparecer a principios del siglo VII a manos del rey visigodo Suintila, quedando reducida a un minúsculo núcleo urbano sin presencia en las fuentes históricas.
El pacto de Teodomiro con los invasores árabes (5 de abril de 713) describe un territorio, desde Villena hasta Lorca dirigido quizás desde Orihuela en el que se conceden, a cambio de la sumisión al poder musulmán, ciertos derechos a los nativos cristianos. Aunque a la muerte de Teodomiro y de su sucesor Atanagildo la antigua Cora se integrará en el dominio árabe, nunca perdería del todo sus signos de identidad.
En 825 el rey Abderramán II ordenó la destrucción de Ello y la fundación de Murcia, tomando un nombre latino que los nativos daban al lugar (murtiae= tierra de mirtos)
En el mencionado pacto se indican las ciudades bajo dominio de Teodomiro y, entre otras (Villena, Alicante, Elche, Cehegín o Lorca) se refiere una enigmática Ylli (Ello) que los historiadores sitúan -no sin controversia- en Algezares, y cuyo obispo había asistido a varios de los Concilios de Toledo. En 825, en fin, el rey Abderramán II ordenó la destrucción de Ello y la fundación de Murcia, tomando un nombre latino que los nativos daban al lugar (murtiae= tierra de mirtos).
A partir de ese momento, un territorio representado por la actual Región de Murcia, junto con amplias zonas de Alicante, Albacete y Jaén, constituyó el Reino de Murcia que reapareció con entidad propia en cuanto decayó el poder centralizado en Al-Ándalus.
Probablemente el momento de mayor esplendor del Reino de Murcia fue el reinado de Muhammad Ibn Mardanis, que algunos autores consideran de origen cristiano (Mardanis sería una adaptación del apellido “Martínez”). El Rey Lobo, como lo llamaron los cristianos, descendía de una familia aristocrática que, aprovechando las revueltas contra los almorávides, tomó el poder en Valencia y Murcia, donde se asentó Mardanis como emir independiente dominando, junto con su familia, todo el levante. Ha pasado a la historia como uno de los referentes más importantes de su tiempo por su mentalidad abierta y tolerante.
El momento de mayor esplendor del Reino de Murcia fue el reinado de Muhammad Ibn Mardanis, que algunos autores consideran de origen cristiano (Mardanis sería una adaptación del apellido “Martínez”)
El nuevo rey desarrolló una eficaz política económica, firmando tratados con las repúblicas italianas de Génova y Pisa, así como con los reinos cristianos de la península. Durante su mandato, la ciudad de Murcia (Mursiya) llegó a su máximo esplendor, llegando a ser capital de Al-Ándalus durante los segundos reinos de Taifas. Desarrolló el cultivo de la huerta dando lugar a un periodo de riqueza económica. También reforzó las murallas de la ciudad y construyó palacios como el “alcázar Al Dar Al Sugra” (donde hoy se alzan “Las Claras”), el alcázar Nasir (Iglesia de San Juan de Dios) y el palacio del castillejo (junto a Monteagudo), que se considera precursor de la Alhambra.
Mardanis lideró la resistencia hispana frente a la invasión almohade. Los reinos almorávides de Al-Ándalus practicaban una cierta tolerancia hacia los infieles; el propio Rey Lobo pactó varias veces con los reinos cristianos. Sin embargo, los almohades, musulmanes integristas procedentes del magreb, invadieron la península ibérica arrasando con el imperio almorávide. En la resistencia frente a los almohades también destacó Ibn Mardanis que, partiendo de Murcia, llegó a dominar buena parte de Al Andalus, dominando Baza, Guadix, Jaén, Écija, Carmona, Granada y amenazó Córdoba y Sevilla. Aunque sus enemigos nunca llegaron a conquistar la ciudad de Murcia (fuertemente amurallada) el rey Lobo murió en 1172, prácticamente sitiado por los almohades, que arrasaron con sus palacios. El castillejo quedó enterrado bajo una montaña de escombros hasta que fue descubierto casualmente a principios del siglo XX. La gesta de Mardanis será repetida, muchos años después, por otro líder musulmán murciano, el rey Ibn Hud, que se alzó contra los almohades y conquistó, desde Murcia, gran parte de Al-Ándalus.
En la Ciudad de Murcia quedan algunos restos de los alcázares musulmanes edificados por el rey Lobo y embellecidos por Ibn Hud. El Alcázar Nasir se encuentra debajo de la Iglesia de San Juan de Dios, junto a la Catedral de Murcia. Se considera que ese entorno, formado por la Catedral, el Ayuntamiento, el palacio episcopal, San Juan de Dios, el Instituto Cascales y la Consejería de Hacienda, pudo ser el enclave primitivo de la ciudad, donde se ubicó primeramente el palacio real y la mezquita, desarrollándose luego el entorno urbano de la medina.
En el subsuelo de la Iglesia de San Juan de Dios se encontraron restos del arco de un oratorio con pinturas originales así como el panteón real que se supone perteneció a Mardanis, todo ello como parte del Alcazar Nasir del rey Lobo.
Bajo el monasterio de las Claras se encontraba el Alcazar Seguir, residencia de verano del rey Mardanis, pero resultó arrasado con la invasión almohade. Posteriormente el rey Ibn Hud lo reconstruyó, pasando a llamarse alcázar Hudí. Hoy día se pueden visitar sus restos en el centro de las Claras. Los restos árabes se consideran el mejor exponente de la transición del arte almohade al arte nazarí.
Tras su muerte su descendencia se declaró vasalla de los almohades, adoptando su credo. El lugar donde reposan sus restos mortales es un misterio. Hay quienes los sitúan en Sevilla aunque muchos señalan al que fuera el Alcázar Mayor musulmán de Murcia, ubicado en el Conjunto Monumental de San Juan de Dios. De lo que no hay duda es del legado en el patrimonio de todos los murcianos que dejó Ibn Mardanis como responsable del que, seguramente, es el mayor periodo de esplendor que ha vivido la ciudad a lo largo de su historia.