Por Zacarías Cerezo. Fotografías: María Manzanera.
Hace unas semanas, un grupo de amigos que comparten admiración por el pintor José Antonio Molina Sánchez se reunieron en torno a una inspirada escultura: un “Torso alado”, de Antonio Rosa Barbero, modelada poco después de la muerte del pintor en 2008. El íntimo homenaje se hizo en la Azacaya, en el jardín de esa casa que Miguel Olmos (comisario de arte) y su mujer, e Isabel Noguera, han hecho que sea un poco de todos, un lugar donde se ha reunido desde hace años lo mejor del mundo cultural de Murcia. Fue un encuentro al gusto del Maestro, que frecuentaba la sencillez en todos los órdenes de la vida, como estar en su huerto del camino de Salabosque, donde tan feliz fue pintando y descansando del ajetreado Madrid.
Fue el primer acto -espontáneo, informal y sincero- de conmemoración del centenario del nacimiento del pintor. Ahora, el Real Casino de Murcia y la Fundación Molina Sánchez se alían para recordar al pintor. Y la mejor manera de hacerlo es desempolvando los fondos, arrinconados desde hace años, de dicha Fundación, la que él constituyó pocos años antes de morir y que, desgraciadamente, no ha tenido las atenciones que merecía. Volver la mirada a sus obras -por sus obras les conoceréis- es la mejor manera de sentir su presencia, su carisma; volver a observar sus dotes excepcionales para el dibujo, su evolución innovadora, su personal mundo pictórico; desde sus obras más juveniles, de cierto aire melancólico, hasta los bodegones primaverales, pasando por su intensa etapa africana y las jóvenes angelicales.
Me alegro de que sea en el Real Casino donde se haga esta conmemoración porque Molina Sánchez mostró mucho afecto por esta casa cuando fue nombrado Socio de Honor. Recuerdo sus palabras cuando dijo que, de joven, él miraba al Casino desde fuera, como un lugar al que le estaba vedado entrar, como un club misterioso y exclusivo de una clase social a la que no pertenecía. Se mostraba muy feliz porque pasados los años se le abrían las puertas de par en par de manera honorable. Sin duda, a él le alegrará volver a la Sala Alta a través de sus obras, que son parte de él.
Tiene mérito que un joven que perdió parte de su capacidad visual por culpa de un sarampión, orientara su futuro por el camino de la pintura
Tiene mérito que un joven que perdió parte de su capacidad visual por culpa de un sarampión, orientara su futuro por el camino de la pintura; aunque parece que la escultura fue su vocación primera, recibiendo clases de modelado de José Planes. El órgano de la vista, necesario al cien por cien para cualquiera, es para el pintor la ventana por la que recibe los estímulos y la información que llevará al lienzo. Quizás por eso decía que el paisaje con sus luces cambiantes no era para él, que prefería objetos estáticos: bodegones o figuras. Diríase que su falta de visión física la complementó con la capacidad de mirar hacia dentro y sacar, así, su mundo espiritual que impregnó toda su obra.
Fue un magnífico retratista de trazos sintéticos y certeros. Contaba él, que elegía las tardes para las sesiones de retrato en casa de sus clientes porque así le invitaban a merendar; eran los primeros años en que el pintor se abría camino superando dificultades de todo tipo y el ingenio se agudizaba para sobrevivir.
A los 28 años aparece ya un primer ángel en su pintura, aunque aún no es portador de la serenidad y dulzura que más tarde se generalizó en ellos. A los 34 años se casa con su prima Amparo, ella fue el apoyo que necesitaba. A partir de entonces sus temas se cargan de humanidad, es el tiempo en que se abre su temática y entra un soplo de aire fresco, renovador y alegre.
Su fortaleza como pintor fue la constancia, esa necesidad de pintar a diario, de manera intuitiva -tal como se respira, sin pensar- vehiculando en cada momento la vida interior que lucha por hacerse tangible en la expresión pictórica. Sociable, aunque tímido; buen conversador, aunque de palabras justas; independiente de grupos y corrientes artísticas, hizo siempre su propia obra y las influencias que tuvo supo encauzarlas para potenciar un lenguaje personal.
Su paso por Portugal (desde 1948) donde hizo pintura mural, le puso a prueba y triunfó recibiendo importantes premios. De su experiencia portuguesa, contaba Molina como quien relata una travesura de juventud, su viaje en Vespa y sidecar con el amigo y pintor Muñoz Barberán, por tierras de Castilla la Vieja en busca del Románico y que prolongaron hasta Portugal. “Lo pasamos bomba”, decía el Maestro con regocijo.
Pero la etapa más intensa, donde se reveló el artista en toda su potencia creativa, fue en su viaje a África (1965 a 1967) donde descubrió un mundo de sensaciones vitales y estéticas inexploradas. Su paleta se enriqueció con empastes vigorosos y formas expresionistas de gran fuerza emocional que han marcado un antes y un después en el conjunto de su obra. De manera clara las sensaciones que la luz y las vivencias del contacto con el mundo africano, primitivo y duro, le producen, se graban en sus lienzos.
En su viaje a África se reveló el artista en toda su potencia creativa, descubrió un mundo de sensaciones vitales y estéticas inexploradas
Un niño que pierde a sus padres cuando apenas tiene 5 años, queda marcado por una herida de desamparo, aunque sabemos que fue atendido amorosamente por sus tíos y sus abuelos. Quizás ese sentimiento le hizo pintar tantos ángeles, ¿por qué no pintar ángeles, pudiendo, como quien los invoca, para tener su protección? Está en la mano del pintor, como hizo el hombre de las cavernas, crear mundos y personajes que atraigan hacia nosotros sus efectos benéficos.
En 2001muere su esposa y Molina acusa el golpe cayendo en una tristeza solo mitigada por la ilusión de poner en marcha la Fundación que llevaría su nombre y que pondría a disposición de la Comunidad murciana una representativa colección de 153 obras “como modo de saldar mi deuda con los murcianos”, decía. La Fundación Molina Sánchez se constituyó en el año 2007; dos años después el Maestro se marchó al encuentro de su amada Amparo dejándonos a nosotros su corte de angelicales muchachas, serenas y benéficas.
Molina Sánchez, al que se ha encajado en la Generación Puente -la que vivió la aparición de las nuevas vanguardias- tuvo una vida dilatada: de años y éxitos. Recibió numerosos premios entre los que están el Francisco de Holanda de Portugal, la Medalla de Oro de la Región de Murcia, la Medalla de Bronce en Pintura en la Bienal de Alejandría, Palma de Oro en la Exposición de Artistas del Sureste en Elche, la Espiga de Plata en el Certamen Internacional de Arte de Albacete, la Medalla de Plata en el Salón de Otoño y la Medalla de Plata en el Salón de Pintura en Murcia, Académico de la Academia Alfonso X El Sabio y Académico de Honor de la Academia de Bellas Artes Sta. María de la Arrixaca.