CARTAS DESDE TOMBUCTÚ. Por Antonio V. Frey Sánchez.
Querida Elena:
Las estribaciones meridionales del Sahel son, con diferencia, el lugar más asombroso del Bidán, que es como los hombres del desierto llaman a la geografía que al Norte besa los pies del imponente Anti Atlas y al Sur bebe de las abundantes aguas de los ríos Níger y Senegal. En nuestro transitar por aquí y por allá, conociendo a unos y a otros; accediendo a arcanos secretos y tradiciones plasmadas en pergamino, guardadas en las remotas bibliotecas del desierto, tratamos de abarcar las áreas semiáridas de Mauritania, país construido a principios del siglo XX por el francés Xavier Coppolani, cuyos límites geográficos nada dicen a quienes han ido y venido durante cientos de años según las estaciones y las lluvias en busca de pastos y de comercio. Sí, amiga mía. Aquí todo es movimiento; el movimiento de la vida.
El Sahel en nada se parece al desierto pedregoso a poco inundado de blancas arenas que conocimos en nuestra antigua provincia. En él, los bancos de arenas anaranjadas y las islas de arbustos y árboles espinosos van de la mano a cada paso que das. Y cuando brota el milagro del agua, palmeras y valientes acacias convierten cualquier rincón en un pequeño paraíso para sus habitantes y los cansados viajeros. Cuanto más al Sur, mayor se acrecienta su verdor, que anuncia tímidamente los lejanos dominios ecuatoriales. Sus ciudades, pequeños y pintorescos villorrios, se resguardan a la sombra de cadenas de montañas amesetadas a fuerza de la constante y milenaria obra moldeadora de los vientos. Entre sus intrincadas callejuelas, que acaso evocan nuestras ciudades medievales, habita el centenario tesoro de las bibliotecas a las que me he referido. Sus distinguidos y orgullosos custodios, hombres pacientes e investidos de la santidad de la ciencia, las muestran a quien proclama su respeto por tan ancestral sabiduría. Algunas de ellas, como las de la legendaria ciudad de Tombuctú, conservan escritos sufíes traídos del último reducto moro de Granada. Según nos relataron apesadumbrados, estas bibliotecas fueron objetivo de los fundamentalistas, quienes abominan del sufismo, pues este es la manifestación más bella y sublime de la hermandad de la religión de Mahoma y la de Jesucristo a través de la mística contemplativa.
Nos admiramos, maravillados, ante semejante parusía mitad espejismo mitad ensoñación literaria
Dejamos Nema, última etapa mauritana antes de internarnos en un mar de arena y parca vegetación, pero el capricho de nuestra montura nos obliga a un indeseado alto en el camino a bastante distancia del pozo que iba a ser nuestro fin de singladura. De pronto, en la lejanía divisamos una pequeña figura que avanza entre las arenas y juega despreocupadamente con una rama. Es un niño; un principito morico. Nos admiramos, maravillados, ante semejante parusía mitad espejismo mitad ensoñación literaria. Cuando nos alcanza, nos invita, en nombre de su padre, a pernoctar en su jaima, que descubrimos tras una duna, junto a unas decrépitas pero pintorescas acacias. No sabemos cómo, pero nos han visto a una gran distancia. Al caer el sol y tras el té de rigor, ya no hay anfitriones ni huéspedes, sino hermanos que comparten alimentos, noticias y pareceres. No hemos podido salvar mejor el día.
La noche es cerrada y fría. Toca descansar. Reflexiono, conmovido, querida Elena, cómo la humanidad, desbordante con sus mejores galas, se manifiesta bondadosa en medio de la nada. Tal vez sea así para recordarnos lo que nos debemos los unos a los otros y que solo juntos, con amabilidad y altruismo, los arrendatarios de este planeta podremos salvar cualquier dificultad por ardua que se nos plantee.
Antonio