Contra casi todo, por José Antonio Martínez-Abarca
A todos los efectos, lo único que sabe la Unión Europea de España es que a lo que ellos llaman paella se le echa chorizo. El desconocimiento está garantizado. La ignorancia es diamantina, inmejorable. Desde los ventanales de los despachos de Bruselas seguro que no ocurre como lo que decía el cantaor gaditano Chano Lobato, cuando lo alojaban en la localidad interior de Puerto Lumbreras, en Murcia, y decía: «Me gusta Puerto Lumbreras porque salgo al balcón y desde ahí veo Cádiz». Ya era ver, que Dios lo tenga en su gloria y que Santa Lucía le haya conservado la vista a Chano Lobato incluso después de muerto. Desde los ventanales de los despachos de la Unión Europea no creo que se vea Cádiz, ni siquiera creo que se vea Murcia. De hecho, no se ve nada porque en Bruselas suele haber neblina lluviosa. Eso no les quita el miedo para urdir normas estúpidas que creen de aplicación a latitudes que desconocen por completo.
Lo más cercano que hay a la actual Unión Europea es aquel señor con sandalias y calcetines color carne de lenguado que se paseaba por España cuando el aperturismo turístico, con cara de no saber por dónde le caían y que tenía que consultar el reloj para enterarse de en qué lugar del planeta estaba: si hoy es martes esto debe ser Navalcarnero, si hoy es jueves esto es México ¿en qué parte de España está México? Ahora Bruselas ordena que Murcia ciudad rebaje a la mitad la cantidad de partículas contaminantes en el aire que afectan a la salud. Eso es como irse a la Antártida y mandar a los pingüinos que disminuyan a la mitad el volumen de hielo y, ya puestos, que se echen a volar.
En Murcia el aire es muy contaminado sobre todo porque siempre fue así, antes de que por aquí pasara el primer humano, y no podía ser de otra manera. Murcia está donde está y las cosas son como son. Encerrada entre cordilleras, en una latitud inaceptable, sin lluvias, sin fenómenos atmosféricos que limpien la atmósfera, sólo es la continuación, una vez dado un pequeño salto de la cabra entre África y Europa, de la larga lengua del Sáhara. En Murcia hasta tenemos nuestra enfermedad endémica, el tracoma. Nuestro hecho diferencial como comunidad es el tracoma. Es el «mal de Aníbal», por el que el gran estratega cartaginés se quedó tuerto, producido por la miseria y las partículas contaminantes en el aire. Sí, partículas contaminantes en el aire antes de Cristo, alucina, Bruselas. Los catalanes, en el primer tercio del siglo XX y tal vez también después, acusaban a los murcianos que emigraban a trabajar allí en el tren expreso «transmiseriano», porque decían que les llevábamos la miseria y la enfermedad contagiosa del tracoma. Yo mismo he padecido el tracoma, murciano al fin.
El aire en África está colmado de ácaros, arena, pólenes, ozono y otras cosillas, y Murcia, por consiguiente, no se iba a parecer a Ginebra, sino precisamente a la lengua transmarítima de la que forma parte, el Sáhara. Quejarse de que el Sáhara nos invade es como quejarse de la suegra que ha vivido toda la vida en casa. La casi totalidad de la población en África tiene un grave problema ocular producido por el medio ambiente y la pobreza (el medio ambiente genera también pobreza) y, por eso, tienen amarillo el blanco de los ojos. Contaminación ambiental irresoluble. El problema de los burócratas de Bruselas no es que no sepan de nada porque no viajen. Viajan demasiado, pero nunca a los sitios sobre los que legislan sus absurdidades.
¿Puede hacer Bruselas, con una directiva de las de agárrame el cubata, que el aire del Sáhara no contenga polvo sino miel y ambrosía? ¿Van a obedecer los pólenes volantes a los graves despachos de los desoficiados con carguito de Bruselas y sus agendistas 2030, volando hacia otro lado? ¡Si ni siquiera les hacen caso las grandes migraciones de pájaros, que una y otra vez insisten en pasar por España y defecar en la ropa tendida, con su grave efecto en la producción de CO2! ¿Creen los globalistas que todo esto del clima lo van a solucionar poniendo un severo horario en Murcia para quemar rastrojos, o para no emitir cinc a la atmosfera, que a todo esto a ver si pillan al que emite cinc a la atmósfera? ¿Está en su mano, la de estos tarambanas incurables, hacer que en Murcia llueva? Ni en la de la Virgen está, si tenemos en cuenta lo que dijo el Obispo de Murcia Sanahuja cuando los fieles le pidieron sacar a la Virgen en rogativa, para acabar con la sequía: «ustedes hagan lo que quieran, pero el tiempo no está para llover».
Ustedes hagan lo que quieran en Bruselas, pero el aire de Murcia no está para descontaminarse jamás. Y no se va a descontaminar hasta que se funde una Murcia Nova en algún idílico vallecillo suizo.