PINCELADAS. Por Zacarías Cerezo.
Me gustan los paisajes con agua: el mar, los ríos, los lagos, las marismas, los brazales, incluso, la lluvia. El agua me parece un espectáculo y ante ella me siento a mirar. Y no crean que mi signo del Zodíaco sea Acuario, que en realidad es Capricornio, sin ser yo creyente en estas cosas, advierto.
Nací en la huerta. Por la espalda de mi casa corría una acequia, la Churra la Nueva, y por delante la de Alfatego. Entre una y otra un brazal regaba a manta los bancales, así es que viví mi infancia mirando el agua espejear bajo los limoneros y refrescar los caballones de las bajocas.
Es un amor correspondido, el agua me quiso hacer suya. Sí, caí a la acequia con 5 añitos y la corriente me arrastró bajo el puente que quería cruzar con mi hermano y nuestro primo subidos, no sé cómo, en una vieja bici. San José nos salvó, dijo mi madre llorosa y mirando al cielo, porque fue el día de san José, el de su santo. En realidad, nos salvó un vecino, Luís, y así se lo hice saber a mi madre, sin entender, pobre de mí, porqué ella atribuía al santo un mérito que no le correspondía.
Siento temor-atracción, quizás por aquel episodio de mi infancia, ante una gran corriente de agua, pero también fascinación. Quizás por eso elegí hace años pintar a la acuarela y quizás por eso pinto tantos paisajes con agua. A mí me parece que un paisaje con agua es un paisaje que sonríe, y esa sonrisa se me contagia.
Hace poco volví a Roma y, claro, estuve en la Fontana de Trevi esquivando palos de selfie. Roma es la ciudad de las fuentes, en cada esquina hay una y en la intersección de la vía Delle Quattro Fontane y vía del Quirinale hay cuatro. El monumento de la de Trevi no hace otra cosa más que ponerle escenario al espectáculo grandioso de la llegada del agua a la ciudad. No me malinterpreten, pero lo más fascinante no me parece el conjunto monumental de travertino y mármol de Carrara, tan bello, sino el agua, que mana abundante y transparente anunciando la vida.
En uno de los altorrelieves de Andrea Bergondi de la Fontana se representa a una misteriosa mujer descubriendo a los sedientos soldados del general Agripa una fuente oculta bajo las rocas. Tan pura era aquel agua que se construyó un acueducto de 22 kilómetros para llevarla a Roma: el Acueducto de Aqua Virgo.