SALUD EN EL ANTROPOCENO. Por María Trinidad Herrero
La noche del 11 al 12 de enero del año 49 antes de Cristo, hace 2074 años, Julio Cesar se saltó la prohibición de la República y cruzó el Rubicón con sus legiones. El Rubicón era la frontera entre Roma y la Galia Transalpina y sus aguas eran rojizas por la riqueza de tierra arcillosa. César pronunció, en griego, la famosa locución latina “Alea iacta est”: “los dados están echados” o “la suerte está echada”, indicando que no había vuelta atrás. A pesar de tener en contra al Senado y a cónsules como Pompeyo, Julio César ganó. ¿Fue suerte?
La palabra suerte tiene un origen controvertido. Unas de las primeras referencias en la literatura se encuentran en los capítulos 6 a 12 del libro de Josué, el sexto del Antiguo Testamento. En ellos se describe cómo al llegar a la tierra de Canáan, tras el Éxodo desde Egipto, Josué, juez de Israel y sucesor de Moisés, lideró a los israelitas y comenzó el reparto a suertes de las tierras. Se supone que las suertes eran piedras planas, palos o dados, que se metían en una bolsa o en un recipiente y se extraían en relación a un terreno. La cuestión era que los terrenos podían ser más o menos fértiles, de modo que era el azar, la suerte (las piedras, palos o dados), la que decidía la parcela que tocaba a cada cual.
Se supone que las suertes eran piedras planas, palos o dados.
Y es que la suerte existe y, aparentemente, escapa a nuestro control. Es el resultado positivo (o no) de que ocurra un acontecimiento poco probable, que suele ser fortuito o casual. La suerte se asocia al azar, es decir, eventos que ocurren aleatoriamente, por casualidad, sin estar planeados. De hecho, el término azar en árabe significa “dado”, relativo a que cuando el dado cae, aleatoriamente, aparece uno de sus seis lados.
Aunque no se ha encontrado ningún factor que, de forma científica, atraiga la suerte (o la desgracia), lo cierto es que hay personas que parecen haber nacido con estrella y otras estrelladas. Independientemente de circunstancias que son ajenas a nuestra voluntad, como la familia en la que hemos nacido o aspectos socioeconómicos e históricos del tiempo que nos toca vivir, son nuestra actitud y nuestros hábitos los determinantes para aprovechar las oportunidades que la vida nos ofrece.
El universo ni conspira contra nosotros ni a nuestro favor. Nuestro destino no está determinado. Con el libre albedrío y con la capacidad de decidir y elegir, podemos conseguir que la suerte nos sonría y que no nos dé la espalda. La suerte se puede trabajar ya que, en gran medida, depende de nuestra actitud.
Aunque no se ha encontrado ningún factor que, de forma científica, atraiga la suerte (o la desgracia), lo cierto es que hay personas que parecen haber nacido con estrella y otras estrelladas.
Hay costumbres saludables que atraen a la suerte y otras nocivas y tóxicas que nos consumen y nos avocan a la mala suerte. El secreto está en desechar estas últimas y potenciar las positivas. Una persona optimista y proactiva busca y aprovecha las oportunidades. Para ello, hay que tener la mente abierta y activa, siendo de gran importancia ser realista, saber realmente lo que se quiere, buscar cómo conseguirlo, estar preparado e informado, poner los medios, aprender a pensar, ser optimista, tener confianza en uno mismo, no quejarse de la situación, olvidar el victimismo, desarrollar habilidades sociales, practicar el vivir fuera de la zona de confort (out of the box) y no rendirse nunca. Para que la suerte nos acompañe debemos saber empezar muchas veces y no darnos por vencidos.
Pidamos a la diosa Fortuna, que preside la puerta de la entrada principal del Real Casino de Murcia, que su rueda mágica nos depare éxito y prosperidad y que el cuerno de Amaltea, que en este caso tiene dos cornucopias llenas de flores, monedas y frutos, sean signos de abundancia y de suerte. Aunque no olvidemos que según el cordobés Lucio Anneo Séneca “La suerte es lo que sucede cuando la preparación se encuentra con la oportunidad”.