VIAJANDO A LA EDAD MEDIA CON PLAYMOBIL

Por José Antonio Martínez-Abarca. Fotografías Juan Cánovas.

El Real Casino de Murcia acoge, como ya es tradición, otra exposición de cliks de Playmobil, esta vez con la temática medieval. Ciudades amuralladas, castillos, mercados, fortalezas y ejércitos trasladarán a niños y adultos a una época de magia y fantasía.

La imaginación de los niños no se ha marchitado. No ha desaparecido en la era tecnológica, en la cual se sustituye la fantasía del niño por otra fantasía, la creada por «bytes» en una pantalla, y que ahorra al niño usar su inmensa capacidad para construir universos en la mente. No, todo eso no se ha ido. Pero en la era tecnológica es verdad que tantas veces eso que distingue a un niño de un adulto (y que le da superioridad sobre el propio adulto), esa capacidad de creación de un Universo absorto dentro de una gota de agua, esa capacidad de fascinarse por todo aquello que la edad entumece, sigue existiendo, pero dormido. Aletargado. 


Por eso a veces se dice que los niños han perdido imaginación. No. Son los adultos, hoy, los que han perdido o desprecian todo lo que tenían aún de niños en su interior, han perdido o no usan esa mirada que tienen en su interior los niños y que remite a cómo se veía el mundo hace muchos siglos, antes de la era moderna, antes de que, al llegar a adultos, nos quedáramos sólo con lo literal, con lo apariencial, con la razón, no con lo imaginado, con la fantasía. El hombre y la mujer medievales, por ejemplo, y de muchas otras épocas, eran el hombre y la mujer de la doble mirada, igual que hay dos lóbulos del cerebro. Tenían la mirada de la realidad literal y tenían también la mirada de la realidad interior. Usaban ambas a la vez. Durante toda su vida. La Humanidad renunció al uso de la segunda, y sólo los niños la conservan.

Solo los niños a los que se deja a su libre albedrío son capaces, no de ver con los ojos, sino de contemplar a través de ellos, que no es en absoluto lo mismo


Con unos adultos hoy cada vez menos individualizados, más resignados a la infernal velocidad del mundo contemporáneo, más sometidos a la prohibición de soñar cada uno por su cuenta ya que los sueños también se venden y no hay que tomarse el trabajo de construirlos, solo los niños a los que se deja a su libre albedrío (y a poder ser, a los que no se empuja todo el tiempo hacia los aparatos electrónicos) son capaces, no de ver con los ojos, sino de contemplar a través de ellos, que no es en absoluto lo mismo. Esa mirada completamente distinta que tienen los niños por ser aún puros, aparentes páginas en blanco que en realidad portan la vieja sabiduría de tantas generaciones de ancestros, esa sabiduría que no se ve pero que está, como si estuviese escrita con limón y sólo fuese legible si aplicásemos una llama… Aquella mirada increíblemente potente que permite descifrar el íntimo significado de los cuentos y las historias con moraleja, aquella que se encarna en personajes y en mundos ya desaparecidos, aquella que ve una metáfora en una cáscara de pipa de girasol sobre la que van capitaneando unas hormigas arrastradas por un riachuelo… Todo eso son los mundos y escenas que recrean los coleccionistas privados de los célebres muñequitos «clicks» de Playmobil.

El Real Casino de Murcia acoge en su Sala Alta, como ya va siendo tradición, otra exposición de «cliks» de Playmobil, esta vez con la temática de «La vida en la Época Medieval». Será del 3 de diciembre al 16 de enero, haciéndola coincidir, lo que también es tradición, con la época navideña. Y como siempre, la reconstrucción fantasiosa de la época, en muñecos y construcciones y dioramas, es perfecta. Una reconstrucción medieval fantasiosa, no literal, y tan válida o más que esta segunda. Las personas contemporáneas no creen que la fantasía pueda acercarse más a la íntima esencia de las cosas que la mirada literal, pero se equivocan. La mirada de un niño hacia un diorama de Playmobil puede acercarse mucho más que un adulto que no conserve nada de niño a la época medieval, a la de la antigua Roma, a la estrictamente imaginativa de las mil y una noches, a la de los dinosaurios… En definitiva, a todas esas exposiciones adorables y maravillosas que, en ejemplar iniciativa, comenzaron a hacer los coleccionistas privados desde hace unos años, sabiendo que la capacidad de ilusionarse y saber ver el universo en una gota de agua de los niños no había desaparecido en nuestra era tecnológica. Que sigue siendo tan poderosa como siempre. Que sólo hay que despertarla, o al menos dejarla sola para que despierte…

Contemplar estos dioramas es entrar en un sueño al que resulta muy complicado resistirse a no ser que uno carezca ya por completo de la capacidad de fantasía con la que se nace

Por eso en las exposiciones y dioramas de «clicks» de Playmobil los niños abren los ojos con esa expresión que tan bien conocemos. En ese momento están viajando muy, muy lejos. Los adultos que aún conserven algo de la vieja pureza les ocurrirá lo mismo, si bien, es cierto, con menos intensidad que los más jóvenes. «La vida en la época medieval» recreada con «clicks» de Playmobil, aquellos que se popularizaron en España hace cuatro o cinco decenios, y hasta hoy, materializa lo que el subconsciente colectivo entiende por Edad Media: casas góticas de aire centroeuropeo, mercados comarcales que daban sentido al antiguo término de «día feriado», un río central de actividad que daba la vida y servía para todo, estamentos de manufactureros divididos por calles o barrios, gente del campo que viajaba con sus animales vivos a la ciudad, transitando por sus vías, la ajenidad del Señor en su castillo, dedicado a guerrear, a celebrar justas (deportivas o de honor) y a los banquetes inacabables, las cruzadas, las continuas batallas por los límites del reino o del simple condado, que viene de «conde» y cuya etimología sigue siendo una división administrativa legal en el mundo anglosajón… La iglesia como institución respetada temerosamente incluso por los más poderosos, bajo la amenaza de un Infierno que por entonces se advertía en signos o presagios…

Tiempo de princesas pálidas, de caballeros sometidos casi desde el nacimiento a un agotador entrenamiento militar que se postraban, en las pocas ocasiones en que bajaban de un caballo, a los pies de ellas, teniéndolas como el ideal y portando una prenda de ellas hacia la guerra, juglares que inventaron el concepto moderno del amor desde la Provenza hacia toda Europa, monjes copistas afanados en reproducir y conservar lo que había podido salvarse de los viejos manuscritos del mundo antiguo tras los desastres sin nombre que acaecieron en los caóticos siglos posteriores a la caída del Imperio Romano…  Talabarteros, herreros, buhoneros, arrieros… Todo eso puede verse o, mejor, imaginarse en el diorama gigantesco  de cómo se vivía en la Edad Media a través de esas figuritas de «Playmobyl», los «clicks», que no son más que una prolongación en figurilla del niño, que son los niños transfigurados en pequeños personajes de plástico, pero no por ello menos reales y vívidos. 

Contemplar estos dioramas es entrar en un sueño al que resulta muy complicado resistirse a no ser que uno carezca ya por completo de la capacidad de fantasía con la que se nace. Ningún niño, por adicto que sea a los videojuegos en el móvil, ha perdido aún esa capacidad. Ninguno. Por eso al salir de «La vida en la Época Medieval» hay que pellizcarlos cariñosamente, para que despierten de una realidad, la imaginada, a la realidad, a veces menos real, del ahora…

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