CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez-Abarca.
Todo el mundo (y cuando digo el mundo me refiero a todo el planeta), vio el incidente monárquico, que ya está en las antologías del subgénero, entre la que unos llaman la Reina y otros Letizia, y doña Sofía, también conocida como «la Reina» para los que siguen usando lo de «Letizia». Todos lo comentaron; pero muchos lo interpretaron justamente al revés.
El grave escándalo social de este asunto no estuvo en que no se siguiera el protocolo Real que evita dar este tipo de espectáculos, como se han hartado tantos de señalar, sino que no se observara en público el vulgar protocolo familiar para cualquier relación entre abuela y nuera, al menos la acostumbrada en un país mediterráneo. En otras palabras: que lo que ha molestado a la gente común no es que hubiese en la catedral de Palma una escena propia de gente de nivel cultural bajo. Lo grave es precisamente que no la hubiese con una pacífica abuelita, por muy Reina emérita que sea, que pudiera hacerse fotos corrientes y molientes con sus guapas nietas, como se hace sin problemas en cualquier casa de la clase trabajadora.
Eso es lo que indignó al pueblo profundo, que tiene un sentido innato de la democracia (ya decía Pla que España era, socialmente, que no políticamente, el país más democrático del mundo, porque aquí la aristocracia era y mandaba nada y la burguesía poco más que nada, y todo el mundo se considera igual). No que la Reina doña Letizia se comportara como una chica sin formación para ser Reina. Lo que indignó es que no se comportara precisamente como alguien del vulgo, que no ve nada malo en que la abuela tenga la especial relación de proximidad que de toda la vida, al menos en España, han tenido los «abus» con los nietos. En España, de toda la vida, si se llevan mal la abuela y la nuera se ha tratado de salvar de esa tensión a las nietas, «que no tienen culpa».
Por definición, aquí los abuelos y los nietos están bendecidos por una unión inefable, pero que no se puede ignorar. Este es un país con unos códigos familiares muy estrictos, y antiquísimos, que tal vez no tengan en Noruega ni en Inglaterra, y la inobservancia de ese protocolo popular de hierro, mucho más sagrado que el monárquico, acarrea la pena de desafección entre las masas. En ocasiones es una desafección temporal, pero muchas veces definitiva.
ESTE ES UN PAÍS CON UNOS CÓDIGOS FAMILIARES MUY ESTRICTOS, Y LA INOBSERVANCIA DE ESE PROTOCOLO POPULAR DE HIERRO, MUCHO MÁS SAGRADO QUE EL MONÁRQUICO, ACARREA LA PENA DE DESAFECCIÓN ENTRE LAS MASAS
El código familiar mediterráneo es algo que ha sido, es y será imposible de modificar por los sucesivos ingenieros sociales que han venido despreciando la institución familiar, por ser un impedimento para el poder del Estado. En Inglaterra esta escena que comentamos no hubiese llamado tanto la atención. Decía sir Winston Churchill que su padre le había acariciado la cabeza dos veces en su vida, y no lo había visto muchas más, siguiendo la educación victoriana. En Inglaterra es normal que los hijos no tengan relación con los padres, una vez que dejan el nido, y que los abuelos vean a sus nietos cuando estos vayan a despedirse para siempre de ellos a la residencia de ancianos. Aquí eso no es normal. Aquí si no respetas el código abuela-nietos te ganas una abrumadora antipatía popular.
Es más: la actual Reina de España, que, considerándolo en frío, actuó en el asunto de las fotos con gran y tal vez equivocado sentido del deber hacia su marido y sus dos hijas, no es que haya corrido riesgo de caer gorda a la opinión pública española. Es que ha corrido riesgo, en el que aún está, de desaparecer completamente de la visión de la gente, como ocurrió con Victoria Eugenia de Battenberg, la que fue Reina con Alfonso XIII. Este es un país al que parece que le importa todo poco, hasta que empieza a importarle algo mucho, y entonces se convierte en un país muy jodido.