CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez-Abarca
Con los excelentes diseñadores que ha habido y hay en la Región de Murcia, resulta incomprensible cómo nuestros productos, los que pueden encontrarse en los establecimientos para sibaritas, algunos de ellos de una exquisitez desoladora (desoladora porque nadie parece prestarles atención) están, generalmente hablando, tan pésimamente presentados. Tan a la murciana, en definitiva. Sólo por el aspecto por el que tratan de ser vendidos, los productos murcianos dan ganas de no comprarlos. Invitan al pasotismo. Al fatalismo, es decir, a la cansera. «¿Pa qué quiés que lo compre?»
Hará un cuarto de siglo recuerdo que mi querido Severo Almansa publicó un libro sobre etiquetado de productos de la Región, entonces compuesta por Murcia y Albacete, durante la última parte del siglo XIX y los primeros decenios del XX. Era un libro también desolador. Ejemplarmente editado, podíamos admirar en él maravillosas etiquetas de alimentos murcianos ya por entonces considerados delikatessen allá donde se exportaban, y mucho antes de que nadie aquí hubiese empleado jamás esa palabra ni la entendiera. Eran obras maestras del diseño industrial. Y cuando no llegaba a industrial, al menos el diseño con gusto para productos de artesanía. ¿Qué se hizo de todo aquello?
No hay nadie aquí -pasan los decenios, los siglos, y sigue sin haber nadie- que seleccione y envase algo que debe estar obligatoriamente en las tiendas más caras del mundo
Con las pertinentes excepciones, por ejemplo el hoy mundialmente famoso, y no sólo por su calidad sino también por su adecuada puesta en valor, vino de Jumilla o Yecla, la presentación de los productos regionales es cutre. Muy cutre. En algún caso adecuadamente cutre, señalando de manera muy justa para el posible comprador lo que es algún que otro producto que jamás debería ser vendido como singular delicia dado que no pasa de vulgar comida «de batalla». Por ejemplo, no es posible que pretendamos hacernos los finos colocando por ahí, aún, el mismo melocotón en almíbar con que se terminaban los postres de las comuniones de pobres cuando aún no había sociedad de consumo en España. El melocotón en almíbar, acompañado de nata de spray y del sobrevalorado plátano de Canarias -esa es otra, Canarias vive del proteccionismo de timarnos con sus plátanos, como lo hacen los mineros de Asturias con su carbón, cuando el mundo tiene mejores a patadas- era para hipercalorizar a la gente de antes cuando venía a una comunión de los críos sin haber comido en una semana. ¿En serio que aún estamos con eso? O ese «queso al vino tinto» con denominación de origen de la Región, que fue mediocre cuando lo sacaron como ocurrencia, con no poco éxito para lo que merecía, dicho sea de paso, y que será mediocre siempre, un vulgar queso de mesón de carretera, justo cuando España, gracias a alguna gente que ama su trabajo, ya no tiene absolutamente nada que envidiar a Francia e Italia, es decir, al planeta, en quesos. Estamos haciendo el ridículo con ese queso, en una Región que desde luego no se caracteriza por ellos. Quemen las existencias.
Sin embargo, en otros casos los productos murcianos merecen que el mundo entero los conozca según lo excepcionales que son, y tal y como los empresarios que se ocupan de ellos los presentan, nunca se llegará a nada. Por falta de calidad en el envasado y por el envase mismo. El ejemplo que siempre pongo es el de la oliva mollar de Cieza, que me quita el sueño desde hace mucho tiempo. Sí, esa de carácter arrollador, verde y dura que tiene pequeñas jorobas y es más amarga que la vejez. La oliva que sería perfecta para acompañar el whisky seco escocés, cuando alguien descubra ese perfecto maridaje, que sobrepasará incluso al de las ostras con cerveza Guinness. Pocas olivas hay en el orbe del encurtido que se la puedan comparar. Ninguna sobrepasar. Ya me he ocupado yo de saber de qué hablo. Pues bien, la desgana con que se tratar de vender por ahí una pálida copia de las auténticas -las auténticas antes sólo podían conseguirse en el pueblo de manera no oficial, y si tenías contactos, ahora a lo peor tampoco- es realmente desarmante. Una de las mejores cosas sin discusión alguna que tiene o tenía este castigado territorio, una pequeña gran cosa, una perfección semidesconocida, y no hay nadie aquí -pasan los decenios, los siglos, y sigue sin haber nadie- que seleccione y envase algo que debe estar obligatoriamente en las tiendas más caras del mundo. A todo el mundo le da igual.
Tantas veces Murcia es una cosa demasiado seria como para dejarla en manos de los murcianos.

José Antonio Martínez-Abarca