ARS CASINO. Por Loreto López.
Hay una tradición en nuestra Murcia que, recuperada en los años 50 del pasado siglo por el escultor Antonio Garrigós, ha arraigado tanto en la ciudad como arraigo ya tenía en la huerta cercana, la noche de los Mayos.
En la noche del 30 de abril, se colocan pequeños altares y cruces de flores, donde rondallas, campanas de auroros y coros alegran el ambiente, festivo pero apacible, con sus tradicionales cánticos a la Virgen.
El murciano amante de esta tradición sale a pasear a eso de las diez de la noche, haciendo un recorrido a capricho, buscando el sencillo disfrute visual de los primorosos altares repletos de flores y la envolvente presencia de los acordes que acompañan el andar.
Este aciago año no hemos podido disfrutar de esa mágica noche, víspera del 1 de mayo, aunque no por eso vamos a olvidarla. Voy a realizar aquí mi recorrido habitual con la memoria. Primero visitaré la de mi barrio, el Carmen, por el Puente Nuevo cruzaré a San Juan Bautista y de aquí al barroquísimo San Juan de Dios, donde espero saludar a Elisa, la plaza de la Cruz, San Lorenzo, al altar que monta la Cofradía del Refugio y escuchar cantar a la peña El Zarangollo, a Las Anas y Las Claras, entre empujones entraré a saludar a mis queridas madres, para detenerme después en uno de mis rincones favoritos, el Arco de la Aurora.
Este aciago año no hemos podido disfrutar de esa mágica noche, víspera del 1 de mayo, aunque no por eso vamos a olvidarla
Es aquí donde haré una parada larga, pues es rincón recoleto de la ciudad en el que siempre encontraba a mi recordado amigo Ignacio Massotti y a su familia, tradicional conservadora de este lugar. Hablando hoy con su hermano Miguel y el hijo de este, Adrián, cuando aún faltan días para el evento, me comentaban que, a pesar de que este año no habrá fiesta, ellos continuarán poniendo esa noche la pequeña cruz floral bajo la imagen de la Virgen de la Aurora, como han hecho siempre, desde ha ya muchos años.
He querido indagar más en esa tradición familiar y así he sabido que cuando todavía estaba el viejo arco, donde casi acababa al norte la ciudad y daba paso a la huerta, un hombre muy mayor accedía a través del balcón de su casa al arco para arreglar el altar de la Aurora; la vecindad de Adrián Massotti, quien fundara la añorada tienda de Ritmo, hizo que comenzaran él y su hijo Ignacio a ayudar a aquel anciano en esas labores, allá por los 60, y de ahí a hacerse cargo por completo de todo el mantenimiento del mismo desde entonces, con gran cariño y celo, incluyendo el encargo y compra de una imagen de la Virgen, en el taller del escultor Sánchez Lozano, que sustituyera a la que recibió una pedrada con alevosía y nocturnidad y que el propio Adrián depositó, para salvaguardarla, en el cercano convento de Las Claras.
Después de este buen rato con los Massotti y su Virgen de la Aurora, continuaré mi paseo hacía San Miguel, de aquí a San Nicolás y a San Pedro, donde también haré una parada con el artífice de su bonito altar, mi amigo Daniel, dirigiré mis pasos hacía el Museo Gaya y Santa Catalina, para terminar en San Bartolomé.
Ya serán las doce, hora de la recogida, de regreso se escucharán a lo lejos las guitarras y las voces que cantan aquello de:
Estamos a treinta de abril cumplido.
Mañana entra mayo de flores vestido…