NO SEAS GENEROSO

HISTORIAS DE UN SOLTERO DESENCANTADO. Por José Antonio Martínez-Abarca.
Lo que no se perdona en España es el favor. No se perdonan ni el favor, ni la atención, ni la distinción. Como te portes bien con alguien de una manera que te cueste de verdad esfuerzo y se note, ese alguien te va a pasar la factura tarde o temprano. Es una sentencia que he llevado grabada a fuego toda mi vida. He observado que los españoles y las españolas guardan una especie de resentimiento por quienes sacaron la cara por ellos sin límite, por quienes les acompañaron en un sufrimiento, por quienes les hicieron regalos imprevistos, por quienes atendieron al más mínimo detalle, por quienes los pusieron en un pedestal. Eso termina siempre en desastre.

Existe en este país una especie de orgullo o suficiencia que, en el fondo, impide recibir favores o presentes o detalles de los demás sin sentir, allá muy dentro, el reptar informe de una especie de humillación mal entendida. Se sienten en deuda, una deuda incómoda que no piensan pagar pero sí cobrártela, vaya si se la cobrarán… Es el sentimiento de que a partir de entonces deben fastidiosamente algo a la otra persona, y eso molesta muchísimo. Portarse demasiado bien con alguien es llevar todas las papeletas para la rifa de un desprecio que va creciendo secretamente dentro de la otra persona y que se termina por manifestar cuando peor nos venía y más nos puede herir. Y cuidado con mandar flores a alguien… Es lo peor de todo.

-Querido, pues a mí me encanta que me manden flores. ¿Sabes que cada color de las flores elegidas es un lenguaje secreto con el que te quieren transmitir una emoción o sentimiento concreto, sin necesidad de palabras ni tarjetas? Qué poco romántico eres y qué triste lo tuyo. Has debido regalar pocas flores en esta vida, o bien te las tiraron a la cara (o a la cara del mensajero) en la primera ocasión en que mandaste un ramo, y ya no te has recuperado del desaire…


¡HASTA A LOS ENTIERROS LA GENTE MANDA FLORES PARA INTENTAR COMPRAR A LA MEMORIA DEL DIFUNTO LO MAL QUE SE PORTARON CON ÉL EN VIDA!


-Verás, querida, es justamente al contrario. Como soy muy romántico he mandado desde luego más flores de las que debía haber enviado jamás, por pocas o muchas que hayan sido. Nunca me las tiraron a la cara o a la del mensajero, no. Siempre las aceptaron. Y siempre recibí después una llamada entre enternecida y airada de la persona a la que fueron dirigidas. «Son demasiado bonitas y hay demasiadas, no tenías que haberte molestado». ¡Cuánta verdad encerraban esas palabras! Desde luego, no me tenía que haber molestado.

-¡Siempre tan exagerado! Lo que pasa es que mandarías esas flores cuando ya no tenías nada que hacer con esa persona, cuando ya la cosa de la relación estaba rota. Eso agobia un poco, querido…

-¿Y cuándo suele la gente mandar flores, querida, si no es para arreglar algo que se había roto? ¡Hasta a los entierros la gente manda flores para intentar comprar a la memoria del difunto lo mal que se portaron con él en vida! Sí, es cierto que a veces se manda un enorme ramo para indicarle a la otra persona que quieres ser su amante, una forma de expresar tus intenciones que a mí siempre me ha parecido propia de un aficionado a la ópera barato, un poco hortera. Y otras veces se mandan con ocasión de cumpleaños y cosas así. Pero en la inmensa mayoría de ocasiones se envían flores para intentar arreglar una relación, tras un enorme pollo, cuando las palabras son insuficientes y hay que echar mano de los símbolos…

Con las personas con las que uno suele terminar peor en la vida son aquellas a las que en alguna ocasión se regalaron flores. Después de unas flores ya no cabe añadir ninguna delicadeza más, y lo normal a no mucho tardar es no saludarse por la calle y sacarse la piel entre los conocidos. Pero tampoco lleva uno buen camino, sino todo lo contrario, haciendo obsequios, presentes, siendo generosos, pagando todas las cenas. La generosidad se interpreta en España, no sé si acertadamente o no, como debilidad. Aquí una amnistía es tenida como que el Gobierno no tiene fuerza, y un perdón es un baldón, un insulto, que será lavado con sangre por generaciones venideras (así ha ocurrido tras nuestras múltiples guerras civiles: vuelven con especial saña los descendientes, no de los masacrados, sino de los perdonados).

Pongamos, más modestamente, lo que ocurre con el regalo de un perfume: hasta que quede una gota de ese perfume el aroma va a estar recordando a la persona beneficiaria la excesiva consideración que tuvimos con ella, algo que como digo esa persona no tenía la más mínima intención de respetar. No habían pensado ser más clementes con nosotros a la hora de darnos la patada cuando les dé la real gana; pero encima que les crees mala conciencia hace crecer en ellas un asco invencible.

Con la generosidad creas una forma de deuda en la otra persona. Algo que deja dormir pero que está ahí chinchando, como las miguitas de pan duro dentro de la cama, haciendo recordar que tal vez no nos merecíamos esta.


José A. Martínez-Abarca.

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