ENTREVISTA A JOSÉ MANUEL JIMÉNEZ
MÁGICAS PALABRAS. Por Consuelo Mengual.
El escritor José Manuel Jiménez casi sabe de memoria su primera novela, “Hombre sin fin”, una narración difícil de escribir pero que el autor aborda con una maestría extraordinaria, fruto del tiempo silencioso de años de escritura que ahora nos permiten hablar con sosiego de las cuestiones trascendentales de la condición humana y disfrutar de esta obra profunda que requiere una especial atención del lector, quien puede encontrar en ella rasgos y reflejos de John Maxwell Coetzee, como las ideas que se desprenden de su novela “Desgracia”: el rechazo, la contrariedad de la realidad humana, la duda o la justicia.
¿Siente la huella de Coetzee?
He leído toda la obra de él. Para mi es difícil ver sus influencias pero sé lo que me gusta de este escritor. El protagonista de mi novela, Miguel, es heredero de toda la galería de personajes de Coetzee, un perfil común en la forma de tratar la ética personal de cada uno. Son personajes que no se someten a lo socialmente correcto pero tampoco son monstruos ni producen rechazo en el lector. Tienen su propia ética, reconocen su singularidad sin tratar de doblegarse o estar al margen de lo social.
¿Cae sobre estos personajes la carga de la culpabilidad?
A veces, en vez de tratar de aparentar inocencia, que es lo que todos esperan del protagonista, como él no conoce su responsabilidad ante el acontecimiento trágico con el que se inicia la novela, se mantiene al margen, se encierra en sí mismo. Estos son los personajes que me inquietan. Como el profesor de “Desgracia”, que es fruto de la literatura, es un romántico inglés, como Lord Byron, que está componiendo una ópera, a pesar de su reprochable conducta social al abusar de su alumna, acto que defiende con su frase: “la belleza está para compartirla”.
Una forma de abordar la culpa desde la responsabilidad.
Si hay víctima, tiene que haber culpable, no estamos preparados para historias sin final; y si no hay final, nos lo inventamos. La función o utilidad de la literatura es usarla como un laboratorio de cuestiones, de las que no tenemos respuestas, a través de unos personajes que pueden ser reales. La irracionalidad como materia literaria es lo interesante.
Casi podría ser una historia de tragedia griega.
Un suceso trágico desencadena el cambio y nos damos cuenta de que no puede cambiar nada de lo que ha ocurrido, elemento este también muy de Coetzee. Presento elementos que hablan de la relación de la pareja que hace que sean posibles dos alternativas de interpretación de lo sucedido. El narrador no debe mentir nunca, evidencia ambas posibilidades, que están latentes hasta el final. Es un espejo que interpela al lector y hay muchos ángulos muertos en nuestra comprensión.
¿Tendemos a aislarnos ante los problemas?
Miguel, hasta que no comprende, no toma una determinación, no puede reflexionar. Por eso hay otro personaje, Alex, que es la subtrama, pues, ante los problemas reacciona de una forma más cobarde. Se definen por contraste. Miguel, en su soledad, no sabe lo que es correcto. Es una novela de espacios. Intelectualmente, el lector quiere que el autor le entregue un puzzle para su composición. Por eso hay que buscar equilibrio para que el lector no se pierda.
¿Es el hombre un ser sin fin?
Funciona como un lugar anacrónico que se representa en la imagen de la portada: un hombre encerrado en la soledad de un círculo sin un final, sin una segunda oportunidad, como quedar muerto para siempre. Todo ello queda luego verbalizado en el libro.
¿Estamos eternamente condicionados por lo externo?
Sí, afecta. Se toma postura por algo a pesar de que nos falte información. Lo emocional se impone a lo racional. El protagonista “se decide culpable” ante la presión externa. Elena, su pareja, es un personaje que flota a lo largo de la narración, es muy querida por todos y eso hace que su influencia sobre los demás condicione las actuaciones de estos.
¿Tenemos necesidad de saber todo lo que ocurra?
Es el “leitmotive” de la novela. La duda sostenida en el tiempo llega a enfermar. Tenemos que resolver y cerrar lo que no sabemos. Es la necesidad de construir un relato sobre lo que sucede porque pensamos en palabras y pesa más lo emocional. No se puede vivir en la duda. Necesitamos un final para las coas, una explicación. Coetzee es un genio haciendo literatura de la incertidumbre, un promotor de la duda y provocador incómodo.
Al mismo tiempo es un libro que habla de las ausencias.
El personaje ausente está muy presente. La propia ausencia beneficia. Ejercemos justicia según los hechos nos afecten a nosotros. Una persona influye aun no estando presente.
¿Cómo sobrevivir ante una acusación sin pruebas?
Para eso están los periodos de treguas. Ante la situación transcendente que está viviendo, el protagonista llega incluso a sentirse bien en un momento en el que escucha música, olvidando lo que le ocurre. Es un mecanismo de defensa. Hace más humano al personaje, con sus debilidades y carencias, es más creíble.
Se plantea la idea de una justicia solidaria que cuestiona la verdadera equidad.
En este mundo lleno de información e imágenes en Internet y redes sociales hay mucha manipulación y falta de respeto. Y no hay justicia cuando hay emociones porque perdemos la objetividad y creemos que solo nuestra versión es la correcta, más todavía cuando se hace movilizando para conseguir el triunfo de los débiles.
El triunfo del débil viene representado por la alusión del episodio bíblico de David y Goliat.
En realidad es una desfiguración de esa idea. En el imaginario social se funciona con una cultura común. Hay mitos representativos del triunfo del débil contra el fuerte e injusto. Lo que legitima el lanzamiento de la honda es la razón. Sin embargo, es la justicia emocional la que prevalece.
Y la utilización del verbo en tiempo presente consigue una sensación de cercanía.
Sí, el lector va viviendo la angustia con los ojos del personaje. Es una forma de vivir la historia dando una sensación lo más real posible. Es un reto creativo. La verdad no está en el plano físico, es otra cosa. Hay un estilo directo, como en los relatos de voluntad, de verdad narrativa.
José Manuel Jiménez ha construido una narración directa, sin rodeos, en la que nos deja ver los conflictos con una mirada múltiple, ofreciendo diferentes matices al lector. Al igual que cuando leemos a Coetzee, no encontremos respuestas, pero el libro queda dentro y algo nos cambia.