MÁGICAS PALABRAS. Por Consuelo Mengual.
Ahondar en el delito ecológico a modo de un thriller cercano a la novela negra es la clave con la que el escritor Antonio J. Ruiz Munuera nos introduce en el ámbito de la literatura ecológica, una rama incipiente que todavía está por explorar, para denunciar en su novela “Ojo de pez” (Editorial Juventud, Barcelona, 2017) los vertidos a la Bahía de Portmán y conmover nuestras conciencias ante esa “cicatriz en el mar”. Nuestra literatura clásica occidental evocaba, ya desde “La Odisea” de Homero, el bien de la naturaleza y su importancia en la vida del hombre. Pero quizá fue Luis Sepúlveda quien utilizó la comunicación literaria para realizar una disertación profunda, analítica y critica sobre el deterioro medioambiental en los mares del sur con su novela “Mundo del fin del mundo”, introduciendo de lleno al lector en la problemática ambiental, no solo descubriendo el fenómeno en sí, sino que desdobla sus reflexiones a distintos ámbitos de la crítica y el conocimiento. Algo muy similar nos sugiere ahora “Ojo de pez”, que ha sido Premio Nostromo 2016, haciéndonos pensar en lo político, lo ambiental y lo literario bajo interesantes preocupaciones éticas.
Se observa en su escritura una enorme sensibilidad con la defensa de la ecología, como ya se insinuaba así en “La Luz de Yosemite”.
Toda la historia en torno al crimen es la excusa para tratar el tema de los vertidos a la Bahía de Portmán por empresas que detentaban el poder, que es donde se situaría el interés narrativo, el problema de fondo de toda la sierra minera.
¿Por qué utiliza el género de novela negra?
Es más fácil para situar el contexto en el que se desarrolla esa catástrofe ecológica, la contaminación, los claroscuros, la forma en la que puedo jugar con los paisajes, el entorno es maravilloso, veía las imágenes mientras escribía, como en un cinematógrafo, creando inquietudes, interrogantes y buscando señales. No se trata de elegir un género por estar de moda, lo que me atrae es el interrogante en la novela. Me gusta más hablar de thriller, haciendo un paralelismo entre la ficción narrada y la realización del cine, como una ida y vuelta de dos lenguajes parecidos. Yo diría que estamos ante un thriller ecológico.
El poblado de La Algameca de Cartagena es también otro de sus escenarios.
Me lleva ahí la presencia del barco de Greenpeace y la sociedad civil que a finales de los 80 del siglo pasado sabía lo que estaba ocurriendo. Coincide que en esa época Cartagena todavía no se había regenerado, no es la Cartagena arqueológica que hoy conocemos, sino que se respiraba un ambiente más negro, más contaminado, en el que jugaba también un papel importante la presencia militar. Y La Algameca es un lugar muy potente, que sigue igual. Los visitantes que acuden allí, muy cerca del centro de Cartagena, no saben lo que se pueden encontrar. Es un sitio que conozco bien de pasear y escalar en la cueva y caer al mar. Allí se encuentra la Parajola, una batería costera desde donde se disparó al Castillo de Olite. He querido ser descriptivo con el escenario y que cada frase fuese una pincelada para que los lectores queden con ganas de conocer más.
“La historia es la excusa para tratar el tema de los vertidos a la Bahía de Portmán por empresas que detentaban el poder”
¿Es necesario describir con todo detalle la muerte?
Tiene que impactar y emocionar hasta cierto punto. En mi caso se trata de una descripción muy gráfica, más sutil, dejando brochazos sin esbozar. Yo quería jugar con los contrastes del humor negro y el golpe emocional, introduciendo incluso la broma. Cuando estudiaba en Valencia estuve en la morgue de la facultad y, ahora que lo pienso, tal vez aquella experiencia me influyera para narrar ahora de forma literaria la muerte.
El enlace con las poéticas recetas de cocina al principio de cada capítulo nos enlaza con el gusto por la cocina del detective.
Es un recurso que sirve para caracterizar al personaje principal, pues su refugio era la cocina. Además, son unas recetas que provocan una cierta inquietud literaria que en algunos capítulos generan más tensión a pesar de ser recetas tradicionales. La ilustradora Carmen Gandía así me lo hizo sentir y por ello utiliza carboncillo negro borroso para sus dibujos.
La novela negra ¿saca a relucir lo malo del ser humano, su lado más despreciable y oscuro?
Eso es un tópico, no siempre es así. También en otros géneros se ve la maldad humana. Podemos también sacar al héroe que se lleva dentro.
¿Cómo debe ser un detective para atrapar al lector?
Yo quería reírme del prototipo de detective novato, que no supiera manejar lo que ocurría, romper con algo social, pues es de procedencia marroquí. Y creo que es un personaje que ha venido para quedarse.
Aparece el barco de Greenpeace como “nuestra conciencia medioambiental”.
El barco estuvo en Portmán y Cartagena, como se cuenta. Yo juego con sus tripulantes y algunos hechos de ficción. Llegaron a grabar un video que se proyectó en la presentación del libro en La Unión y la gente ni lo conocía. La anécdota es que al recoger el Premio Nostrodomo en Barcelona, uno de los asistentes al acto me recordó que Greenpeace no era una goleta, como yo adorno literariamente, sino un carguero reformado, y que él era el capitán de ese barco cuando estuvo aquí. Al final es una visión romántica de Greenpeace en la línea de Luis Sepúlveda, para estimular un universo imaginario muchas veces olvidado.
La Bahía de Portmán era conocida como “Portus Magnus”.
En toda la sierra minera hay presencia romana, quedan restos de villas y calzadas romanas. Fenicios, cartagineses y romanos explotaron sus recursos mineros. Pero en nuestra actualidad es cuando se ha procedido el desastre y parece que ahora se ve movimiento para su regeneración. Hubo incluso una empresa alemana interesada en realizarlo de forma gratuita pues consideraba que los metales vertidos tenían alto valor para su aplicación en las nuevas tecnologías.
El arte modernista está representado por la imaginaria Casa Anglasola.
No existe esta casa, pero el Modernismo es de una armonía muy representativa, con el uso de la forja, la losa hidráulica, los espacios altos, la luz, ventanales y balcones, curvas, es tan bonito…
El final ¿implica poner en orden lo que estaba desordenado?
Los finales son siempre respuestas a los interrogantes. Soy meticuloso para dar detalles que puedan ser reales, de su época. Pero el devenir de la historia, la arquitectura de la novela, va saliendo sin técnica, no soy de estructuras cerradas. Tampoco el desenlace tiene que romper con todo. El personaje se descubre a sí mismo como quiere ser. Dejar huecos finales es interesante, así como un cierre rápido.
Al igual que con la cocina, hace hilo con las canciones de una época y con las escenas del cine.
Las canciones estaban en mi cabeza, son parte de mi historia, pequeños fragmentos de los pescadores de la zona. Y soy gran amante del cine y sus historias están detrás, te sirven para escribir.
“Luis Sepúlveda es el referente español más cercano en literaria que denuncia las barbaries contra la naturaleza”
¿Dónde uniríamos su historia a la de Luis Sepúlveda?
Son historias paralelas. Su personaje en La Patagonia me influyó y busqué sus escenarios como lector. Luis Sepúlveda es el referente español más cercano en la literaria que denuncia las barbaries contra la naturaleza. Esa literatura ecológica, a la que me uno, puede ayudar a salvar, ser un instrumento útil, que sirva para impactar en las relaciones políticas y funcionar también como un medio para reivindicar la memoria.
Antonio, profesor de Educación Secundaria, es un gran lector gracias a toda una vida lectora de su padre, de quien habla con verdadero orgullo. Nos unimos a su deseo de volver a ver “la bahía de aguas color turquesa” que vieron los romanos.