Pinceladas, por Zacarías Cerezo
Creo que estaremos todos de acuerdo en que la belleza abre puertas, allana caminos y da ventajas a los que la atesoran, luego discutiremos si prevalece la belleza física sobre la interior o viceversa, y en qué grado. Los griegos, a los que les gustaba discutir tanto como el comer, lo tenían claro.
Tal es el caso del juicio de Friné, una joven nacida en Beocia que alcanzó fama como la mujer más bella de su tiempo. Desde niña trabajaba en la posada de sus padres, pero su deseo era dejar su pueblo y zafarse del apaño de darla en matrimonio a un joven herrero, trasladarse a Atenas y ser la protagonista del rito del nacimiento de Afrodita, que allí se celebraba al llegar la primavera.
En la representación, una joven subía las escaleras del templo y al llegar arriba dejaba caer su túnica y se sumergía en el estanque. Después la sacerdotisa exclamaba: «¡Poseidón, dios y rey de los mares, envíanos a Afrodita y que con ella renazca la vida!» La joven salía desnuda del agua y el pueblo estallaba en júbilo.
Un día el escultor Praxíteles llegó a la posada de Friné y le preguntó si habían pasado por allí unas carretas con mármol. La moza no las había visto pasar y lo invitó a esperar. El escultor había ido a Beocia para examinar un cargamento de mármol que se dirigía a Atenas, con el fin de elegir los mejores bloques antes de que llegaran a manos de sus competidores.
Praxiteles quedó prendado del refinamiento y modales de la joven: además de bella tañía instrumentos, cantaba, declamaba poesías, era buena conversadora y, como pocas mujeres de la época, sabía leer y escribir.
Friné, que conocía de oídas al escultor, accedió a mostrarle su cuerpo sin excesivo pudor cuando este le propuso que posara para él. El resultado fue que al día siguiente se marcharon juntos a Atenas sin esperar las carretas y su cargamento. Quizás venga de ahí la frase “tiran más dos tetas que dos carretas”.
Praxíteles hizo, con ella como modelo, el primer desnudo femenino de Grecia, la bellísima Afrodita de Cnido. Tan hermosa era que un joven, locamente enamorado de la estatua, se escondió en el templo donde estaba expuesta y por la noche hizo el amor con ella. Le salió cara la blasfemia porque antes de salir lo fulminó un rayo.
Praxíteles un día quiso regalarle a Friné la obra que más le gustara de cuantas tenía en el taller. La modelo no conseguía decidirse, así que le dijo a un sirviente que irrumpiera por sorpresa en la casa gritando que el estudio estaba ardiendo. Praxíteles exclamó: «¡Salvad mi Eros!». Y así supo cual pedirle.
Friné fue pretendida por muchos hombres. Uno de ellos, Eutías, reiteradamente rechazado, por despecho la denunció ante el Tribunal del Areópago bajo la falsa acusación de impiedad, por haber profanado la sacralidad de los misterios de Afrodita, a quien ella representaba todos los años. El delito se castigaba con la muerte.
Friné acudió a Hipérides, el mejor abogado de la ciudad, que durante el juicio expuso sólidos argumentos en su defensa, sin lograr que los jueces se mostraran indulgentes. De pronto, presa de una inspiración, coge del brazo a la bella Friné y la acerca al estrado, y dando un preciso tirón a su túnica la deja totalmente desnuda. El abogado, invocando los derechos de la belleza para librar de la muerte a su defendida, pregunta: «¿Están seguros los miembros de este tribunal de tener autorización de los dioses para destruir una belleza semejante?»
Los jueces quedaron desarmados ante tan contundente pregunta y la absolvieron. Ya supondrán ustedes que eran todos hombres, ni se hablaba de la paridad entonces. ¿Qué destino hubiera tenido Friné de ser un adefesio?