LA CARA B. Por Antonio Rentero.
“Ya no sé qué hacer con mi hijo, aquí lo tienes”, me dijo una vez un cliente confiándome el bien más preciado de unos padres. “Pero si yo me dedico a divorciar gente”, fue lo único que acerté a contestarle. Y es que en ocasiones hay padres que se quedan fuera de juego, sin saber qué hacer con sus hijos. “Sólo te pido que esté a tu lado, que le sirva el ejemplo de la persona que esté junto a él”. Y así llegué por primera vez a convertirme en mentor.
En Estados Unidos el esquema de mentorización está muy asentado. Se trata de procesos muy interesantes, con un profundo lado humano, alejados de la psicología y la educación reglada, con una amplia tradición y que en mi caso he ido descubriendo y construyendo de manera intuitiva por un lado y gracias a una variada formación, aunque no se trata de un “servicio” que oferte profesionalmente ni que afronte de forma continua. No es un servicio y, desde luego, no es escalable, es una dedicación.
Llevo más de 15 años poniéndolo en práctica y los resultados son alucinantes: ayudas a los hijos pero también consigues ayudar a los padres, que en ocasiones no eran conscientes de que ellos también necesitaban una orientación. Y es que no hay escuelas para aprender a ser padres y no siempre es sencillo conseguir hacerlo de la mejor forma.
Es un proceso humano, mediante el que, si hay alguien que es una referencia en un sector o te parece capaz de servir de guía ¿por qué no confiarle a tu hijo una temporada para que le oriente en esos aspectos? Hablaríamos de una formación a través de las personas, no estrictamente de los métodos. Yo mentorizo a hijos de los demás pero también busco mentores junto a los que estén mis hijos aprendiendo de qué va la vida. Y es que no todo podemos enseñarlo los padres… y evidentemente no hablo de formación académica o profesional.
Yo mentorizo a hijos de los demás pero también busco mentores junto a los que estén mis hijos aprendiendo de qué va la vida
Lo más difícil en el mundo es que un hijo escuche a un padre. No que le oiga, que le escuche. Hay una imposibilidad casi antropológica en que se produzca ese tipo de comunicación.
El difícil equilibrio del mentor es que no puede ser un amigo pero tampoco es la figura paterna. Debe haber autoridad pero no imposición. Tenemos confianza pero no soy tu amigo (en el sentido de “colega”). El hijo tiene más fácil seguir el ejemplo de alguien ajeno y en ocasiones puede producir frustración en los padres, que ven que sí le hace caso al mentor y no a ellos, pero siempre hay que explicarles previamente que eso es justo lo que va a pasar.
Un joven que incurre en un comportamiento peligroso nunca seguirá el aviso de un padre pero se dará cuenta de que el mentor le transmite su visión sobre una forma de vivir y le resulta más fácil aceptar el consejo de alguien externo porque carece de esa tendencia casi antropológica de hacer lo contrario de lo que le indiquen sus padres. El “qué quiero estudiar” es casi lo fácil, lo complicado es que se den cuenta de qué es la vida. Por eso aquí no hay terapias, yo explico de qué va la vida según mi punto de vista, sin pretensiones profesionales sino humanísticas.
La base de la mentorización es la confianza y cuando se alcanza, se genera un vínculo único que lleva a un crecimiento humano muy valioso. Ahí la parte más débil inicialmente puede ser la del mentorizado, que en un primer momento puede carecer de confianza tanto en la decisión de los padres como en el aporte del mentor, pero al final es quien más se beneficia.
Y es que resulta esencial que los padres trasladen a sus hijos que siempre van a estar ahí… incluso si en algún momento es otro quien les ayuda a descubrir de qué va la vida.
Soy Antonio Carrión y, aunque muchos no lo sepan, a veces soy mentor.