DE NARICES

PINCELADAS. Por Zacarías Cerezo.
Como dibujante de monigotes, lo primero que aprendí es que las diversas expresiones faciales se consiguen modulando adecuadamente los ojos y la boca, tal como se puede ver en los famosos emoticonos, la nariz no pinta nada en ello. Pero cuando se hace un retrato, la nariz cuenta mucho en la configuración del rostro y define el carácter. ¡Cuidado con ella!, porque no hay dos iguales y sus formas están debidamente clasificadas. Así es que, cuando se va al cirujano en busca de mejoras faciales, te pueden ofrecer un catálogo para que elijas nariz, que las hay para todos los gustos. Las preferidas son la griega, que da apariencia de persona responsable, reflexiva y persuasiva; la romana que expresa ambición, valentía y claridad de pensamiento; y la celestial (respingada), preferida por las damas, que aunque dicen que expresa inmadurez mental, da aspecto juvenil y eso es un plus.

La rinoplastia más famosa de la historia es una que nunca se hizo. Cuentan que el gonfaloniero florentino Piero Soderini, al ver el David recién salido de las manos polvorientas de Miguel Ángel, le pareció maravillosa la figura, salvo la nariz que la veía demasiado grande: es la manía que tienen los poderosos, la de dejar constancia de su posición sobre los subordinados, aparentando tener criterio en una materia sobre la que ignoran todo. Miguel Ángel, que se enfrentó a los papas para defender su obra, no mandó a paseo a Soderini, sino que simuló atender su observación pero, en realidad, se burló de él. Cuentan que Buonarotti se subió al andamio con sus herramientas, dio unos golpes simulados sin tocar la escultura y arrojó esquirlas y polvo sobre el comitente, que miraba desde abajo sin ver bien lo que hacía, pues la nariz a corregir estaba a cinco metros de altura. Cuando bajó el escultor cambió a Soderini de sitio para que lo viera desde otro punto de vista, pareciéndole, entonces, mucho mejor. Habiendo quedado más que orgulloso, de su “intervención” personal en el bellísimo rostro del David, Soderini accedió a pagar al escultor los 400 escudos que le correspondían por su inmortal obra.


zacariascerezo@gmail.com

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