Texto de Concha Alcántara. Fotografías: Ana Bernal.
Estrella Morente recorre las estancias con la ilusión de una niña que visita un palacio por primera vez. ‘Qué maravilla de sitio’, dice mirando la galería superior poblada de libros de la Biblioteca Inglesa el Real Casino, donde ha venido hoy a presentar la gira ‘El Amor Brujo’ junto a la Orquesta Sinfónica de la UCAM. Pide permiso para subir por la escalera de caracol de foja y contempla de cerca los volúmenes que atesoran las estanterías. Se da la vuelta, mirando hacia la planta baja, y dice apoyada en la barra de madera que da la vuelta al perímetro de la galería: ‘aquí me encantaría dar un concierto a mí, pequeño, íntimo, rodeada por todos estos libros’. Y se nota que lo dice de verdad, con esa mirada que todos ponemos cuando soñamos con algo despiertos, viendo más allá la imagen de lo que proyectamos. Pero su actuación más cercana es al día siguiente, en Alicante, donde estrenará la obra ‘Amor brujo’ de Manuel de Falla, don Manuel, como ella lo llama, en la que se mete en la piel de Candela, una joven apasionada que sufre la pérdida de su amado, un celoso y disoluto gitano que le ha dado ‘mala vida’ y que a pesar de ello se siente incapaz de olvidar.
¿Por qué ‘El Amor Brujo’?
Por un lado es una obra que está pensada para una cantaora por don Manuel de Falla, así que cuando una cantaora piensa en hacer algo clásico se tira al ‘Amor brujo’ de cabeza. Por otra parte el trabajo que he hecho con el maestro Javier Periano me ha ayudado mucho. Hemos estado trabajando en Granada, en la casa-museo de Don Manuel, donde se conserva todo. Tú sientes el aura del maestro allí. Para mí el ‘Amor Brujo’ es Granada, que es la tierra donde nací. Me imagino a Candela como una vecina más del Sacromonte. Don Manuel piensa en la tesitura para una mujer, una cantaora y flamenca.
Explica Morente que él no firma los textos, es Gregorio Martínez Sierra, su colaborar y mano derecha, y resulta que con el tiempo ha salido que eran de su mujer María Lejárraga “una mujer que pasó desapercibida y que escribió el Amor Brujo, nada más ni nada menos. En su momento no pudo disfrutar de las mieles de ese éxito. Fue una de esas mujeres de la generación del 27, Las sinsombrero, que más que olvidadas fueron obviadas, como Josefina La Torre, la pintora, María Zambrano, poetisa… Quedaron totalmente tapadas por sus compañeros de generación”.
¿Para ti es importante luchar por esa igualdad en el mundo del arte?
Para mí es lo primero que me motiva, más que la música y el protagonismo de la obra y de la propia entrega al público. Es algo histórico en mi carrera y en mi vida.
Dice que de Estrella no tiene nada, que es inconstante, que hace las cosas por impulso, de corazón y que le gusta empaparse de todo, conocer, investigar, como una niña inquieta. “La verdad es que no sé ni cómo canto. Me gusta mucho empaparme de otros mundos. Me gusta tanto la música. Soy muy inconstante, como los ríos, sería incapaz de definirme. Pero en el cante sí que me gustaría ser siempre de verdad”.
¿Qué le aporta una Orquesta Sinfónica como esta para cantar?
La sensación de escuchar una orquesta detrás de ti es incomparable. Y si afinan e interpretan como lo hace la orquesta de la UCAM estamos en un sueño. Los intérpretes a veces podemos fallar pero la música clásica es toda buena. Al menos yo aún no he escuchado nada que no me guste. Escucharla en vivo es una delicia y si puedes interpretar, es una oportunidad única. Esos violines los contrabajos, los chelos… ¡Se me pone la piel de gallina!
Sólo hay una cosa que le cambia el gesto a la cantaora granadina, hija de un grande de la canción flamenca, Enrique Morente, desaparecido abruptamente hace dos años.
Confesó que no tenía ilusión tras la desaparición de su padre. ¿La ha recuperado?
No, esa ilusión no se puede recuperar nunca jamás en la vida. Hemos perdido algo que nos pertenecía. Nadie debería pasar por el calvario y la injusticia que hemos pasado. Él era tan mágico y tan especial, tan trabajador que nos dejó esa clave: el trabajo y la solidaridad para seguir respirando. Cantar y la sonrisa de mis hijos es la mejor terapia que he podido tener.
Pide que se llame por teléfono a sus hijos. “Por favor llama a Javier (Conde, su marido) y dile que venga con los niños a ver esto, que les va a encantar”. No tiene prisa por irse. Se diría que está feliz y que ahora mismo subiría a esa galería de nogal con fondo de librerías y se pondría a cantar para deleite de los turistas que visitan la entidad y le piden fotografiarse con ella. Pero el trabajo obliga y la orquesta le espera para ensayar. ¡Qué pena, qué pena!, dice, mientras lanza un deseo. “Tengo que volver a cantar aquí”.