Por José Antonio Martínez-Abarca

Ha nacido, y puede que haya sido en Murcia (al menos, no la he oído ni leído en otra parte) una nueva palabra mágica para descalificar de manera muy considerable al adversario. Acusarlo de ser un «cochista».
Se dice “cochista” a aquel individuo egoísta e insolidario, en definitiva, poco permeable a las modas, que se muestra partidario de poder llegar en coche a su casa, como siempre ha hecho. El «cochista», neologismo que no por casualidad tiene ecos de otras palabras mágicas para acabar con las discusiones y matar civilmente a las personas como racista, clasista o fascista, dado que todas vienen a significar lo mismo, es un particular que vive de espaldas a las necesidades del planeta y, lo que es peor y más indignante en términos cuantitativos, ajeno a las necesidades de quienes están pegando el gran pelotazo a cuenta del planeta. Dices «planeta» y ya tienes media carrera hecha. Dices «pachamama» y ya tienes el premio extraordinario fin de carrera. Dices «resiliente» y ya puedes cobrar un platar en comisiones ilegales por la venta de mascarillas contra futuras pandemias.

Los “cochistas” de Murcia, que ya hemos dicho que se circunscriben a los fascistas y otros «istas» de ese pelo, son concretamente aquellos que no se sienten representados por el patinete eléctrico, la bicicleta o el autobús de línea, por diversos aunque parecidos motivos. El patinete, porque se ven atenazados por cierto sentido del ridículo (a ciertas edades, un hombre en un patinete, aunque físicamente sería posible y hacedero, es como un hombre con un bolso de Louis Vuitton). La bicicleta de recreo tampoco porque no se encuentran en buena forma (el sacrosanto derecho a no estar en buena forma es de los pocos que le quedan al ciudadano cuando se hace mayor), y además porque innegablemente lo de ir en bici tiene connotaciones políticas muy determinadas, con las que no quisieran verse envueltos. El autobús de línea obliga, por su parte, a compartir el espacio personal con gente a la que no se conoce de nada y a la que no hemos sido presentados, un aspecto que no se sabe por qué suele coincidir en Murcia durante un mínimo de siete meses al año con el olor a cebolla fermentada del que disfruta esa gente. Vamos a dejarlo.

Por todo lo antedicho, el “cochista” prefiere seguir utilizando su coche particular o, en el colmo del refinamiento, el coche de los otros. El coche se está convirtiendo progresivamente, o progresistamente, en un artículo suntuario. Al coche le ha pasado como a las angulas. Este que firma nunca ha tenido coche, como tampoco he tenido nunca un yate. Los yates son siempre de los amigos, y los coches lo van siendo también. Yo a mi casa me gustaría poder llegar en yate pero, si no puede ser, lo que prefiero es agarrarme al tirador de goma sobre la ventanilla de atrás del coche, como las viejas de antes, y que el coche ajeno me deje directamente en el ascensor. Es una postura política ante la vida.
Entiéndaseme, no creo en absoluto ser un «cochista», aunque me divierta que me llamen fascista y los demás istas. Soy partidario de la peatonalización de las ciudades, no desde luego porque pierda el sueño por la cuestión del CO2 de la atmósfera, sino porque, al fin y al cabo, soy un peatón, lo he sido toda la vida y no puedo aspirar a ser otra cosa. Sí, soy uno de aquellos tipos que siempre aparecían en todas las fotos antiguas de pueblos y ciudades apoyados en una farola, observando el ir y venir de los demás. Soy partidario de la peatonalización, qué le vamos a hacer, como la ballena es partidaria del océano o los pájaros del aire. Ahora bien, que sea partidario de la peatonalización no quiere decir que me guste ser peatón, hacer el ganso sobre patinetes o bicis o exponerme a socializar en un autobús de línea. Lo que me gusta realmente es que no me manden. Lo que me gusta realmente es que nadie piense por mí lo que es bueno para mi vida y que me suplante calculando qué tipo de huella sobre el planeta sería razonable que yo dejara.
Y sobre todo lo que no me gusta nada es que lo que era cómodo (definitivamente cómodo, eso pensábamos) los políticos lo conviertan en una de esas nuevas incomodidades que hacen cada vez más estrecha y alicorta la existencia. ¿Soy un “cochista” por eso?, ¿un “cochista” sin coche? Voy a ser lo que me dé la gana, que será siempre y en todo caso lo contrario de lo que quieran los demás.
