Pinceladas, por Zacarías Cerezo

Si ustedes son observadores, que seguro que sí, habrán comprobado en las librerías que un porcentaje alto de portadas de libros tienen personajes de espaldas. Es lógico pensar que esto no es casual, sino que obedece a un patrón comercial. No en vano se sabe que el 25% de los lectores compran el libro porque les impacta su portada.
Como pintor sé de la importancia de la figura humana en el paisaje, que ayuda en el aprecio de la escala y lo humaniza. En muchas de mis acuarelas sobre el Camino de Santiago, del cual hice un libro para la editorial Anaya, pinté muchos peregrinos, y a la hora de decidir si pintarlos yendo o viniendo —hay peregrinos que vuelven, claro que sí—, siempre he encontrado más interesante pintarlos yendo. Un caminante de espaldas, con su mirada en el horizonte, sugiere nuevas experiencias por vivir y despierta en el espectador el deseo de acompañarle.
Este recurso compositivo, para el que se acuñó durante el Romanticismo el término alemán rückenfigur, traducido como “figura que da la espalda”, se usa también en cine y fotografía. Lo utilizó René Magritte en algunos de sus cuadros, uno de ellos se llama La reproducción prohibida, un hombre se mira en un espejo, pero el cristal le niega el reflejo y le ofrece a cambio la propia espalda del sujeto, no podemos ver su cara, como tampoco vemos la nuestra; en El mundo de Cristina, la obra más famosa del norteamericano Andrew Wyeth, se nos hurta también el rostro de la protagonista y ello hace la escena absolutamente inquietante: ambos, protagonista y espectador, no pueden sustraerse al magnetismo que les produce la casa solitaria sobre la pradera. Salvador Dalí pintó a su hermana Ana María de espaldas, mirando el mar desde la ventana doméstica. La pudo pintar de frente, pero quiso hacerlo de espaldas, y el resultado es encantador: el espectador intuye los sueños de la joven y contempla con ella el velero que se acerca al puerto.
Fue el pintor alemán Caspar David Friedrich quien utilizó de manera más recurrente y magistral la rückenfigur, produciendo imágenes enigmáticas en las que los personajes comparten con el espectador la mirada, ambos miran lo mismo produciéndose un vínculo de introspección. ¿Quién no conoce su Caminante sobre el mar de nubes —la obra más popular del romanticismo alemán—, en la que se representa a un hombre, quizás el propio autor, en lo alto de un peñasco contemplando las nubes que tiene a sus pies, retrato de la soledad del hombre sobrepasado por la inconmensurable naturaleza?
Quizás lo inquietante de estos cuadros es que nos hacen sentir que alguien también nos está observando observar al observador.

