Entrevista, por Ángela M. Torralba

Caminando entre paisajes es mucho más que un título evocador: es una declaración de intenciones, un resumen poético de toda una vida dedicada a mirar, interpretar y transformar el mundo que nos rodea a través de la pintura. La obra de Hurtado Mena enseña el entorno con la precisión del recuerdo, con la emoción del reencuentro, con la libertad de quien ha aprendido a mirar más allá de lo visible.
Su primera exposición en el Real Casino de Murcia, que se podrá visitar en la Sala Alta del 9 de septiembre al 15 de octubre de 2025, es el resultado de un trayecto largo, sincero y lleno de matices. Cada cuadro es una parada en ese camino. En sus obras quedan huellas del niño que jugaba con anilinas en el taller de zapatería de su padre, del profesional que se formó en las artes gráficas, del hombre que, con el tiempo, decidió dejarse llevar por lo que el corazón le pedía pintar.
En su pintura conviven la geometría y la atmósfera, la luz concreta de un rincón conocido y la vibración emocional que lo transforma en otra cosa. Hurtado Mena se mueve con naturalidad, sin imposiciones, sin prisas. Su manera de mirar es paciente y honda, como si cada paisaje mereciera ser descubierto varias veces, a distintas horas, bajo diferentes luces, en diversos estados del alma.


¿Qué vamos a encontrar en Caminando entre paisajes?
Entre 18 y 20 obras, casi todas al óleo, sobre lienzo o sobre tabla. Con Caminando entre paisajes nos adentramos en un mundo único, muy particular. Ese caminar lo hacemos todos: cada cual sigue su curso y el paisaje siempre está ahí, se conforma según lo que cada uno ve. En mi caminar he ido pintando los paisajes con los que me he encontrado: unas veces pinto con la cabeza, mirando de fuera hacia dentro; y otras veces pinto desde el corazón, de dentro hacia afuera, sin analizar tanto el entorno. Esta es la dinámica que sigo con mi obra, mi propio camino.
En el texto que acompaña la exposición mencionas una imagen muy poderosa: tú de niño, jugando con las anilinas de tu padre zapatero. ¿Crees que la pulsión artística nace de forma inevitable o puede “educarse”?
Nace y se educa. Te voy a dar un ejemplo: cuando esa anilina mancha un papel, te sorprende. Te interesa la forma que ha creado, y la pulsión que sientes es la de completar ese dibujo para ver hacia dónde puede llegar. Con el tiempo, inevitablemente, vas educando tu forma de ver las manchas y tu forma de dibujar.
Ese caminar lo hacemos todos: cada cual sigue su curso y el paisaje siempre está ahí
Háblanos de tu trayectoria profesional.
Tuve la suerte de entrar y dedicar mi vida profesional a las artes gráficas en Murcia, donde aprendí técnicas de composición de color, imagen y diseño gráfico, lo que me aportó mucha experiencia. Esa faceta más técnica me ofreció muchas herramientas para cultivar mi pintura y desarrollar mi estilo. A día de hoy ya llevo cuarenta y tantas exposiciones. Pocos artistas en Murcia han tenido la suerte de vivir enteramente de lo que pintan con el corazón. Para «llenar la olla» hay que dedicarse a algo más técnico. Pero sí tengo suerte en la vida de poder hacer, aunque sea a ratos, lo que más me interesa, que es pintar.
Dices también en el texto que “el paisaje no es un lugar, es una forma de mirar”. ¿Qué te interesa que el espectador vea de tus pinturas: lo que el paisaje muestra o lo que sugiere?
Qué buena pregunta. En mi opinión, la pintura tiene que permitir expresar lo que lleva dentro quien se pone delante, igual que un paisaje. Cuando hago mi paisaje, sí intento buscar algo en él, y algunas veces lo encuentro y otras veces no. La pintura no te da respuestas. Al contrario, cuando la has terminado, te hace preguntas. Por eso creo que un espectador, delante de una obra —aunque el artista le haya puesto una intención concreta al cuadro— se va a encontrar reconociéndose en ella, o no. Quien se pone delante es quien la define.


Tu pintura parece caminar entre lo visible y lo sugerido. ¿Dónde está para ti el límite entre figuración y abstracción?
El entendimiento mira a la hora de pintarlo. Un ejemplo: últimamente he estado visitando el jardín de Lope Ferrer, detrás del Museo de la Ciudad. A cada hora que iba, el paisaje se volvía distinto. Cuando el artista está pintando, interpreta todo a través de vivencias, incluso las luces de un atardecer entre las hojas. Eso no se puede reproducir tal cual, tiene que salir del corazón.
¿Cuánto tiempo llevas dando forma a esta exposición?
Lo que se va a ver en esta exposición lleva 20 años preparándose. Sobre todo, van a poder ver obra nueva, que es con la que más me identifico ahora. Pero sí se va a notar esa ruptura en la que pinto más con el corazón, expresando desde dentro, no tan figurado. En esta exposición está el cambio, se ven todos los cimientos del camino que he estado construyendo estos años.
¿Qué te conmueve hoy de un paisaje para que merezca ser pintado?
Lo que me llena realmente para prestar atención a un lugar, hasta el punto de querer pintarlo, es, en primer lugar, la emoción que desprende ese sitio, incluso encontrarme con alguien que me despierte algo. Esa emoción es la que me lleva luego a darle vueltas, a querer incluso volver a ese momento, a reproducir ese entorno.
Cuando hago mi paisaje, sí intento buscar algo en él, y algunas veces lo encuentro y otras veces no.
Aseguras que “pintar es recordar con las manos”. ¿Qué papel juega la memoria —la propia, la colectiva— en tu proceso creativo?
A partir de haberlo vivido —y hay paisajes que viví mucho, porque pasaba tres o cuatro veces al día por allí— quieres plasmar la sensación que notabas en esos momentos. Y esas obras las pintas con una memoria: ves a la mujer que siempre encontrabas lavando en unas pilas de piedra en la acequia, recuerdas los detalles de unas casas que ya no están… Y unas veces el artista quiere plasmar cada detalle al milímetro; y otras veces, deja que aflore toda la subjetividad del recuerdo o de su propia vivencia, donde se diluye la figura, la geometría exacta, para crear una atmósfera emocional.
En una época dominada por la velocidad y la imagen digital, ¿qué sentido tiene hoy detenerse a mirar un paisaje pintado?
Depende mucho de la persona que lo mira. Esto lo observo mucho en los museos, cuando voy a exposiciones en las que se exige a los visitantes que vayan rápido porque tiene que entrar otro grupo. Se tienen horarios para ver exposiciones. El espectador debe mirar una obra con el tiempo que necesite para sentir que conecta con lo que está viendo. Con prisas, quien mira la obra pasará olímpicamente de cuestiones que, de otra forma, sí podrían haberle resonado.
Esa emoción es la que me lleva luego a darle vueltas, a querer incluso volver a ese momento
La muestra se inaugura en la Sala Alta del Real Casino de Murcia, un lugar cargado de historia. ¿Qué significa para ti exponer aquí?
Muchas de mis obras las expuse en la galería Chys, y siempre tenía al Real Casino enfrente, literalmente. Muchos amigos han inaugurado aquí. Que ahora lo pueda hacer yo supone una felicidad grandísima y una experiencia inigualable. Es una de mis metas cumplidas, uno de los puertos a los que siempre he querido llegar.
¿Cómo te gustaría que el visitante recorriera esta muestra?
Despacio, que observe las cosas más allá de la superficie de la pintura. Y que salga con una buena sensación. A lo mejor el cuadro no le ha hablado, no le ha dicho nada trascendente, pero siempre sugiere algo en concreto, según la experiencia de cada uno. Con eso, me vale.
