Cartas desde Tombuctú, por Antonio V. Frey

En la anterior carta te hablaba de las cofradías del desierto, que se cobijan en variopintos templos escolásticos a los que llaman zagüías. Estas zagüías podemos encontrarlas en las ciudades y en los campos. En el intrincado casco histórico de Fez, por ejemplo, abundan; de ahí que a aquella ciudad la llamen “la de los mil santos”, pues en las zagüías no solo enseñan los caminos de la mística sufí a través de la contemplación, sino que conviven maestro y discípulos en una hermandad que se prolonga más allá de la muerte, al ser inhumados allí mismo. En las montañas del Atlas o en el desierto, como te contaba, las hay, si acaso dotadas de un mayor halo de misterio por estar retiradas del mundanal ruido y, por tanto, entregadas con más ahínco a sus ritos iniciáticos.
En las zagüías no solo enseñan los caminos de la mística sufí a través de la contemplación
Es la mística sufí uno de los pilares de la religiosidad popular del África Occidental, pero también del Próximo Oriente y Turquía. Su cultivo, aunque circunscrito a los iniciados —que son una minoría—, impregna las creencias y las costumbres de cada uno de los habitantes de esas regiones del mundo. Se trata de una práctica dentro del islam enfocada en la experiencia espiritual iluminativa de unidad con Dios a través de la ritualización de la meditación y la oración. Para acrecentar esa experiencia se suele recurrir al ascetismo y a prácticas esotéricas, de forma individualizada o en comunidad, que —como los derviches turcos— son dignas de ver por su espectacularidad y elevado sincretismo con ancestrales costumbres preislámicas. De ahí que se formen cofradías que transmiten una u otra forma de principios y prácticas. Dado que sus practicantes, tras una intensiva práctica de la vida espiritual y virtuosa, pueden alcanzar elevados trances, el pueblo siente un reverencial respeto por ellos, hasta el punto de que, cuando fallecen, se les entierra en santuarios a los que se les visita en romerías de las que ya te he hablado en otras cartas: son los morabitos. Como su reconocimiento es popular, muchos de ellos reciben por aclamación la condición de santos patronos de sus localidades, ya sean pequeñas aldeas o grandes ciudades.
Se trata de una práctica dentro del islam enfocada en la experiencia espiritual
Tener la oportunidad de visitarlos y convivir con ellos es una experiencia única. Aunque suelen ser hospitalarios, solo se abren al estudioso que aprecie con el debido respeto sus costumbres. Todas las sociedades musulmanas donde el sufismo ha calado se han hecho mucho más tolerantes, abiertas y resilientes a cualquier forma de extremismo e integrismo. Tener la rara oportunidad de convivir con ellos en una zagüía es como convivir con unos monjes en un monasterio. Existe una estricta rutina. Cuentan con un maestro espiritual, el chej, cuya palabra viene del árabe šayj, que puede significar anciano, jefe o maestro. El chej es quien guía a los iniciados en la práctica y transmisión de la sílsila, esto es, la cadena de sabiduría esotérica que une un maestro con otro maestro hasta llegar al profeta Mahoma. En ese proceso hay que leer y estudiar mucho. Y a uno de los grandes místicos de quien más se aprende es del murciano Ibn ʿArabī. Y también se reza mucho, de las más diversas maneras, según la cofradía a la que se pertenezca, pues, aunque todos practican la recitación de jaculatorias y letanías, en algunas la meditación se lleva al extremo de danzar individual o colectivamente para alcanzar estados de éxtasis.
Tener la rara oportunidad de convivir con ellos en una zagüía es como convivir con unos monjes en un monasterio
Ni que decir tiene que se ha desarrollado un variopinto abanico artístico relacionado con esas prácticas, querida amiga, que va desde la poesía hasta la música.
En el Magreb, a aquellas danzas se les denomina dikr. Suelen hacerlas en círculos, a veces agarrados de las manos de sus vecinos y cantando al unísono. Alguien suele llevar la voz cantante y los otros repiten sus letanías. En momentos de gran intensidad, entre ellos rompen la monotonía introduciéndose en el círculo y danzando solos: probado momento del éxtasis y gozo para la comunidad. Realmente, son ritos muy pintorescos y de una poderosa unción, pero, para quien es ajeno, puede convertirse en una experiencia agotadora, pues pueden llegar a durar horas y días.

