Pinceladas, por Zacarías Cerezo

No me educaron en el elogio, ni para creer que lo merezco; todo lo contrario, pertenezco a una generación a la que se le exigió esfuerzo y sacrificio, sin que pudiera esperar más recompensa que la de sentir en sus manos las riendas de su futuro. No se prodigaban entonces las alabanzas cuando algo se hacía de manera destacada o sobresaliente. En mi caso —como ejemplo—, nunca mostré mis dibujos tempranos, pensando que ningún mérito tenían y que a nadie iban a interesar. Como consecuencia, nadie me dijo entonces “¡qué bien dibujas!”, pero la ausencia de elogios no frenó mi vocación, era suficiente estímulo para mí el gozo que me proporcionaba tener en las manos un lápiz y un cuaderno de dibujo. Mientras, mis compañeros de clase daban patadas a un balón.
Con la pintura he tenido un éxito moderado circunscrito a mi pequeño ámbito territorial. Sí, es verdad que mis sueños juveniles fueron ambiciosos y creí que llegaría a ser como alguno de aquellos Pablos a los que tanto admiraba: Picasso, Gauguin, Cézanne. No he llegado a tanto, obviamente, pero si no hubiera soñado, ni a la suela de sus respectivos zapatos habría llegado.
A lo largo de cinco décadas pintando, he saboreado algunos éxitos y reconocimientos y, sobre todo, he hecho amigos. Tengo la fortuna de que la pintura que a mí me gusta hacer también gusta a mucha gente y eso me permite una conexión con el público muy gratificante. A pesar de ello, no siempre he sabido reconocer el éxito cuando lo he alcanzado, ni lo he sabido disfrutar, creyendo que no lo merecía. Y pensé que esta sensación era algo personal derivado de la educación que me dieron, pero he sabido que también le pasa a otra mucha gente que está en la cima del éxito.
Las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes describieron este comportamiento como el síndrome del impostor. El afectado por este síndrome, tras un éxito, experimenta falta de confianza en sí mismo y no reconoce sus propios méritos, cayendo en la sensación de ser un farsante que en cualquier momento será descubierto.
Es el caso de muchos famosos. La cantante Shakira ha confesado abiertamente padecerlo, así como el actor Tom Hanks; el director Martin Scorsese dice que cuando está en un set de rodaje siente que alguien va a venir a decirle: “Oiga, que usted no pertenece a esto, váyase”. La actriz Enma Watson, famosa por Harry Potter y otras películas, ha contado numerosas veces que no se siente merecedora de la fama que ha alcanzado; lo mismo le pasa a Meryl Streep, Natalie Portman, Taylor Swift o Kate Winslet. De hecho, dicen los psicólogos que este síndrome lo sienten 7 de cada 10 personas en sus respectivos ámbitos: laboral, artístico, deportivo, etc.
Confieso que me reconforta saber que comparto síntomas con gente tan principal. Ya lo dice el refrán: “Mal de muchos… una epidemia”.

