HISTORIAS DE UN SOLTERO DESENCANTADO. Por José Antonio Martínez Abarca.
La gente por debajo de los cuarenta años me suele preguntar acerca de cuál es la diferencia fundamental que yo, con el excitante futuro ya contemplándome el cogote, he encontrado en mi vida entre ser joven y, por imperativo biológico, dejar de serlo. El escritor Manuel Vicent decía que notas que te has hecho viejo cuando te encuentras exclamando más de tres veces al día «qué barbaridad». No sé. Yo con dieciocho años de edad ya repetía más de tres veces al día «qué barbaridad» (por eso mis amigos me llamaban «el abuelito»), con lo cual creo que no es un baremo válido para establecer el instante justo en que dejas de estar en la cuesta arriba de la vida para empezar la rodada cuesta abajo.
No. Yo, por mi parte, diría que la diferencia fundamental entre la juventud y la más o menos dulce decadencia es la pregunta que te dirige todo el mundo al pararte por la calle. Cuando estás en el primer tramo de la vida la pregunta que más te repite todo el mundo es «qué vas a hacer en Nochevieja», aunque aún sea primavera. Se nota que eres joven porque a todo el mundo, por extraños motivos, le interesa tu Nochevieja. Sin embargo, cuando estás en el segundo tramo de la existencia, y aunque tú aún no te hayas dado cuenta de que has entrado en él, la insistente interrogación que te repiten todos los días es «qué edad tiene» (refiriéndose a la chica con la que tienes una relación pública y notoria).
-¿Qué edad tiene?
-La legal. No se preocupe, doña Gertrudis, todo es legal.
EL PASO INEXORABLE DE LA VIDA NO SE NOTA DE UNA FORMA LINEAL, SUAVE Y CONSTANTE, SINO QUE LO NOTAS DE PRONTO, DE UN DÍA PARA OTRO
Dependiendo de si te preguntan una cosa o la otra, si por la Nochevieja o por los años que tiene tu acompañante, sabrás si aún eres joven o ya no lo eres. El paso inexorable de la vida no se nota de una forma lineal, suave y constante, sino que lo notas de pronto, de un día para otro. Es justo el día en que parece que a todos deja de importarle qué harás en Nochevieja, porque ya presumen que no vas a salir de casa, y en cambio la generalidad de la gente parece interesadísima, de repente, respecto a los años que tiene tu pareja o la chica que camina a tu lado, normalmente porque estiman a ojo de buen cubero que es demasiado joven para lo que te corresponde. «Qué edad tiene», te dicen las amigas de tu madre cuando te ven con ella, separándose ligeramente para fisgar mejor. «Qué edad tiene», te dice tu madre, temiendo que su hijo provecto se haya entregado a ese vicio francés de la retour d’age. «Qué edad tiene», clama un coro espontáneo de ciudadanos bienpensantes y desoficiados que se ha formado a tu alrededor en la calle. Ya no preguntan jamás si la chica es inteligente, si estudia o diseña, si es buena y hacendosa o aquello que era el «summum» hace no tantos decenios, si «es de buena familia». Ya no te preguntan nada de eso. No interesa para nada. Solo qué edad tiene.
-Pero, ¿qué edad tiene?
-¿Y qué va a hacer usted en Nochevieja?
De pronto, la única cuestión trascendente, la única viga maestra que sostiene toda la estructura de la opinión buena o más bien mala que van a tener sobre ti es saber la edad exacta que tiene tu chica. En base a ello, determinarán si eres un infame asaltacunas o bien una persona con la suerte esquiva a la que simplemente se le ha pasado el arroz pero la Providencia te ha premiado al final con una mujer joven abnegada que te va a quitar las babas, en tus últimos días, y hacer rodar con pulso amoroso pero firme tu silla de ruedas. La diferencia entre un juicio u otro es sustancial y puede depender de unos pocos meses arriba o abajo en la edad oficial de la chica, para que recibas el «nihil obstat» o la condenación eterna. Tu situación puede pasar de ser definida en la buena sociedad como «sale con una chica madura para su edad pero mucho más joven que él y por fin ha encauzado su vida, cuando todos lo dábamos por desahuciado» a «se le ha ido la cabeza definitivamente y está aprovechándose de una niña, el muy cerdo». Debo confesar que son sutilezas que se me escapan.
HAY MUJERES HECHAS Y DERECHAS QUE TE DAN MIL VUELTAS APENAS SALIDAS DE LA UNIVERSIDAD
Nunca he sabido diferenciar entre una edad decente y una indecente para mí, si hablamos de gente adulta y responsable. Una chica muy querida respiró aliviada cuando le dije que nos llevábamos diecinueve años de diferencia. «menos mal que son solo diecinueve», me dijo. «Si llega a alcanzar la barrera de los veinte no hubiese podido sobrellevarlo, y a mis padres no les hubiese parecido bien». Yo por contra no sé distinguir entre una chica apropiada o no apropiada para mi edad, una vez, eso sí, que a ellas se les ha quitado la tontería, momento que puede oscilar muchísimo. Hay mujeres hechas y derechas que te dan mil vueltas apenas salidas de la Universidad, algo que no hace tantos decenios era algo generalizado, y hay adolescentes eternas, por desgracia bastantes porque hoy los cuarenta, para todos los sexos, son los nuevos trece.

José A. Martínez-Abarca