MI PUNTO DE VISTA. Por Pilar García Cano.
Venimos de una sociedad clasista y patriarcal que consideraba a la mujer como un ser inferior, con deberes pero sin derechos. En España, el nacional-catolicismo contribuyó en gran medida a perpetuar las desigualdades. Aunque su papel era distinto según su posición económica, se apostaba siempre por educar a mujeres sumisas y obedientes, como valor social inexcusable. Mujeres cuyo fin principal era el reproductivo. La enseñanza se hacía diferenciada, con distintos programas en escuelas públicas, según fuesen destinados a niños o niñas. Escuelas con escasos recursos, maestros mal pagados, y con mucho absentismo escolar.
La enseñanza privada estaba mayoritariamente regida por órdenes religiosas con funciones diferenciadas. Monjas en pueblos y extrarradios de ciudades con escasa formación académica dedicadas a hacer buenas cristianas a niñas de familias humildes. También habían órdenes religiosas que, ubicadas en las grandes ciudades, se dedicaban a la formación de dirigentes, enseñanza pagada por familias pudientes. Estas órdenes religiosas eran de frailes, y solo escolarizaban a chicos, incluso contaban con internados para atender a los hijos de familias ricas de distintos puntos de la región. Igualmente, se ubicaban en las grandes ciudades órdenes religiosas de monjas con mayor formación académica que las de los pueblos, que también escolarizaban solo a niñas, y con el objeto de educar a señoritas que desempeñaran un buen papel social junto a sus maridos. El acceso de la mujer a los estudios universitarios era excepcional y mayoritariamente a carreras de letras.
QUE LAS CHICAS JÓVENES, PRODUCTO DE UN SISTEMA EDUCATIVO QUE APOSTÓ POR LA COEDUCACIÓN, PIENSEN Y DEFIENDAN PÚBLICAMENTE QUE SON LAS DUEÑAS DE SU CUERPO Y DE SU DESTINO, ES LA GRAN REVOLUCIÓN DEL SIGLO XXI
En 1970, la Ley Villar Palasí, que reordenó el sistema educativo, permitió la escolarización de niños y niñas juntos, aunque su implantación solo se realizó en la enseñanza pública y de forma tibia e irregular al principio, generalizándose en los años 80. Como las familias pensaban mayoritariamente que el hombre era el que tenía que mantenerlas, cuando la economía lo permitía, en una clase media emergente, priorizaba a los chicos para enviarlos a estudiar a la Universidad, relegando a las chicas a labores familiares.
En la España de 1985, como expuse en mi artículo anterior, se reconocía la educación como servicio y la gratuidad de la enseñanza obligatoria para todos los niños del país, estableciéndose su financiación con fondos públicos destinados a ese fin.
El régimen de conciertos educativos con la enseñanza religiosa existente y la aceptación de las condiciones de admisión por los centros educativos terminó con la separación de los niños y las niñas en los colegios, ya que todas las órdenes religiosas suscribieron los mismos. El 98% de las familias apostaron por la coeducación, discurso único para ambos sexos, algo que persiste 30 años más tarde.
Los cambios legislativos y sociales han sido indudables. La mujer ha ido llenando las Universidades. Carreras, oficios y profesiones antes vetadas, empezaron a ser ocupadas por mujeres. Su trabajo antes aceptado como elemento subsidiario y mal considerado socialmente, pasa a transformar el sistema económico y productivo del país, aunque se ha descuidado por la Administración y las empresas el derecho a la maternidad y la conciliación de la vida familiar y laboral, descendiendo ostensiblemente la natalidad, con graves consecuencias demográficas.
Desterrar estructuras mentales arcaicas es muy complejo, y los caminos que llevan a desmontarlas son difíciles y tortuosos, pero que las chicas jóvenes, producto de un sistema educativo que apostó por la coeducación y que recibió las mismas oportunidades que los chicos, piensen y defiendan públicamente que son las dueñas de su cuerpo y de su destino, es la gran revolución del siglo XXI.