LA CERVEZA

HISTORIAS DE UN SOLTERO DESENCANTADO. Por José Antonio Martínez-Abarca.

Hace unos días cumplí años, una cifra bastante impresionante que no hace al caso. Y tenía proyectado, por la efeméride, publicar en mi página de Facebook una foto en traje de baño, salpicado por el mar y sosteniendo una botella con setecientos cincuenta mililitros de cerveza, que es el tamaño adecuado (por debajo de seiscientos mililitros son chupetes para bebés, que deberían ser vendidos en farmacias). Honrada cerveza alemana, tal vez inglesa, sin renunciar a alguna checa. Quería ser la foto una especie de desafío a la vida. Pretendía añadir seis palabras que resumieran, como un eslogan publicitario, mi filosofía existencial, porque hoy que todo el mundo dice que tiene una filosofía existencial, por qué no la voy a tener yo. Las seis palabras eran: «La gente pasa. La cerveza permanece». Pero al final no hice nada de eso. Reflexioné después que tal vez no merecía la pena alterar mi inactividad total en Facebook y dar lugar a que la gente, molesta por la aparente crudeza, me mandara sus recorta y pega con pensamientos de santones de alguna secta más o menos budista. La gente nunca hubiese entendido que esa foto y esa leyenda debajo querían ser en realidad un canto a la única entrañable amistad que he conservado sin un solo altibajo desde que la conocí. La mía con la cerveza.


HA HABIDO INACABABLES VERANOS DONDE MI ÚNICO PROYECTO SERIO HA SIDO MANTENER LA TEMPERATURA DE LA CERVEZA


-Eres un caso. ¿Me estás diciendo que te ha interesado más la cerveza que la vida social?

-Estoy diciendo, querida, que, cuando todo lo demás ha desaparecido, es la única amistad que no se ha excusado, que me ha acompañado. La vida va y viene, hoy estás arriba o bien abajo, y en esa oscilación el único valor seguro, más que el dólar o el patrón oro, es la cerveza. Sale razonablemente barata, además.

Ha habido inacabables veranos donde mi único proyecto serio ha sido mantener la temperatura de la cerveza. Si eso estaba bien, todo lo demás estaría bien. Mi abuelo, al que no conocí, detestaba los frigoríficos y exigía que su cerveza estuviera enfriada en cubos de latón con hielo pilé, que dan un sabor totalmente distinto, como lo dan los tipos de cristal de los vasos. Mi abuelo pensaba que, efectivamente, la cerveza siempre debe estar a temperatura ambiente, como dicen los puristas, pero del ambiente gélido de los sótanos del norte de Europa, donde están los barriles en los pubs. La cerveza era para mi abuelo, que entre otras cosas era catedrático de piano en el conservatorio, un rito sagrado diario, como lo fue para el novelista Thomas Mann todas las noches de su vida. Hay gente que se siente acompañada solo por la gente. Hay otra gente que encuentra compañía en estar rodeado de sus objetos, sus libros, sus cosas. Sí, a veces determinados objetos sustituyen a las personas en los afectos. En mi caso, la cerveza ha sustituido muchas conversaciones, muchas relaciones sociales que en ese momento no podía o no quería tener. No me ha fallado nunca, y no me ha procurado ni una sola resaca.

-Es decir, que has sido moderado.

-En efecto. Siempre la he bebido en las cantidades adecuadas, no me he quedado nunca por debajo de ellas. Decían los médicos griegos antiguos que en principio todo es veneno, y depende de la dosis para que haga daño. Una dosis demasiado baja de cerveza puede ser nefasta.


LA CERVEZA ME TRASLADA A AQUELLO QUE YO QUISIERA SER Y DONDE YO QUISIERA ESTAR


Ha estado presente en períodos de introversión que a veces han durado años, sin quejarse y ayudándome a reflexionar sobre el mundo y sus normales desdichas gracias a la suave fluidez e interconectividad neuronal que procura, yo creo que mayor a la tan elogiada de la ginebra, que es la bebida tenida por intelectual. El vino tinto solo me ha procurado dolores de cabeza aún en mínimas cantidades, como los amores tóxicos, como las montañas rusas emocionales. Me mantengo alejado. La cerveza siempre ha carecido de glamour, nadie ha botado un transatlántico con ella, nadie brinda con cerveza la expectativa de las vanas y falsas esperanzas. Ha sido despreciada por corriente por los mismísimos alemanes, cuando les dan esos ataques de solemnidad y grandilocuencia. Schopenhauer ponía cara de asco. Pero la cerveza ha sido para mí esa presencia amable y discreta por la que ha merecido la pena pasar por la convalecencia de experiencias duras, porque procura esa tranquilidad modesta y alcanzable que no pretende nada ostentoso, que no te promete el Paraíso, que no se ofrece como tu solución de nada, que solo es un brazo donde apoyarte en el sendero oscuro, «buscando un pecho fraterno/donde morir abrazao». No te vas a salvar, te susurra. No soy ni el ángel ni el demonio. Pero lo poco que te doy es de verdad, añade.

La cerveza me traslada a aquello que yo quisiera ser y donde yo quisiera estar, hace soñar con encontrarte sobre una cálida y pesada mesa oscura de algunos siglos, con tipos viejos en la barra cubiertos con gorras de lana rústica, mientras grises olas baten fuera. Para mí que no se puede pedir nada más a la vida. Y, como el chiste, si en la vida hubiese algo más, alguien lo habría descubierto.


José A. Martínez-Abarca

 

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