CICUTA CON ALMÍBAR. Por Ana María Tomás.
En estas fechas, hasta los republicamos más empedernidos ablandan su corazoncito a la monarquía y les hacen un sitico a sus majestades los Reyes Magos. También es sabido que estos andan cada vez más tontos a la hora de dar en el clavo del regalo esperado y dan tropecientas veces en la herradura.
Los grandes almacenes dedican varios días, después del paso de los Reyes, a “desfacer” los entuertos producidos por ellos y a pelearse con toda clase de criatura viviente que pretende meter gatos y liebres que nunca salieron de semejantes madrigueras. Recuerdo la paciencia de una dependienta intentado convencer a una señora mayor de que, por mucho que el papel con el que iba envuelto el regalo fuese del establecimiento, la bandejita de marras para poner los dulces de Navidad debía de ser de un “Todoacien”…
¿Regalos? Para todos los gustos, o, mejor dicho, para todos los disgustos: pijamas horribles, camisetas enormes, bandejitas inútiles, bolsos impaseables, perfumes de imitación, peluches dignos de la novia de Chuki… Eso por no hablar de regalos utilísimos, vamos, utilísimos pero para tirárselos a la cabeza de los “reyes del mambo” que se les ocurre aparecer con una plancha… una sartén… una taladradora… una caja de herramientas… etc.
Tendemos a medir la riqueza por el dinero que tenemos en lugar de hacerlo por aquellas cosas que tenemos y que no cambiaríamos jamás de los jamases por dinero alguno
Sí, ya sabemos que nadie se hace las cosas mejor que uno mismo (imagino que eso partiría de un onanista), pero también es cierto que hasta aquellos que confiesan públicamente que no necesitan nada, que no quieren nada, que no hay dinero para… nada, en el fondo y en la superficie, les encanta que se acuerden de ellos, que piensen un poco en ellos, que se esfuercen un poquiiito en buscar qué podría hacerles ilusión y que eso no necesariamente tiene que llevar coste económico. Tendemos a medir la riqueza por el dinero que tenemos en lugar de hacerlo por aquellas cosas que tenemos y que no cambiaríamos jamás de los jamases por dinero alguno. ¿Quién podría pagarnos el poder contemplar un amanecer, el sentirnos llenos de salud, el poder disfrutar de libertad, de amor, de familia, de brazos, de piernas…?
El año pasado, una de mis amigas a la que los ojos le brillaban de manera especial desde hacía unos meses, justo los mismos desde que había conocido a un noviete, recibió de manos de “su” rey el increíble, el inimitable, el inesperado e inverosímil regalo de, agárrense, un Seguro de Vida a su nombre cuyo beneficiario era el susodicho. Les juro que es verídico.
Sobra decirles a ustedes la desolación y la estupefacción de ella, que, antes de enrollar el papelito y pedirle que se lo metiera por… (justo por donde están pensando), le recomendó un Manual de Haraquiri con destornillador. Por supuesto, en casos así no es cuestión de cambiar de regalo sino de cambiar, directamente, de rey.
¿Sugerencias? Pues depende de lo que tengan a su verita vera, que puede pasar desde una prenda del mejor modisto hasta un dogo asesino que solo les haga caso a ustedes.
Lo mejor es ir soltando, como el que no quiere, alguna que otra idea porque hay reyes “mutontos” y no hay forma de que se enteren de cuáles son nuestras preferencias por mucho que se las pongamos en las narices. Yo, por si cuela…: Hace solo unos días que perdí uno de mis pendientes favoritos de perlas.