PINCELADAS. Por Zacarías Cerezo.
Muchas veces he oído esta exclamación durante mi infancia bajo la variante: “¡Ángela María!”. Mi madre la usaba mucho. Pensé que estaba ya desaparecida del lenguaje popular, sin embargo, recientemente la he vuelto a oír, dicha quizás con un poco de sorna, como imitando el habla antigua por hacer gracia. Y a mí, me la ha hecho, quizás por lo entrañable que me resulta.
Generalmente, se decía esta expresión ante una sorpresa o al recibir una noticia grata; ante un anuncio o una “anunciación”. Pues eso: en la Anunciación, el Ángel, a María le dio la noticia que cambiaría su vida.
No me dirán ustedes que esta no es una buena excusa para traer esta acuarela de la maravillosa Anunciación que puede verse en la capilla de la Encarnación de la Catedral de Murcia. La talló Jerónimo Quijano que, a su vez, fue arquitecto de la singular capilla.
Gabriel irrumpe en la estancia ante una sorprendida María. El arcángel, consciente del pasmo que le ha generado, señala al cielo de donde trae noticias y le dice: “No temas María”. Y después le anuncia que va a concebir al Hijo de Dios, lo cual no sé si la tranquilizó.
Podemos suponer que María estaba preparada porque sobre el atril tiene el texto de Isaías que dice: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes lluevan al Justo; que la Tierra se abra y haga germinar al Salvador” Así es que, sin dudar, contestó: “Hágase en mí según tu palabra”. A continuación, Gabriel se fue volando.
La representación que ha elegido Quijano es clásica, se parece a muchas otras, lo cual no le quita mérito: es una obra maestra. El arcángel Gabriel entra por el lado izquierdo de la escena arrastrando con él una corriente de aire celestial que altera la quietud de la estancia. Acaba de poner sus pies en tierra y los pliegues de su túnica aún se arremolinan. Sus alas todavía sostienen parte de su peso, ¿pesan los ángeles? Es un ángel florentino, de rostro griego y cabellos en bucle, a lo Botticelli. La turbación de María está magistralmente representada: se echa atrás ante el “empuje” de Gabriel y se pone la mano en el corazón que late desbocado. El dinamismo de la escena y el diálogo de miradas de ambas figuras es magistral. Quijano nos hace olvidar que lo que vemos es madera dorada. ¡Vayan a verla!