CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez-Abarca.
Cuando habló de erigir una Universidad de la nada, en los años 90 del pasado milenio, en Murcia se rieron, tratándolo como si fuese a poner un quiosco de horchata. Dijeron que José Luis Mendoza, quien ha muerto hace unas fechas como uno de los más eximios socios del Real Casino murciano en toda su historia, no era más que un aventurero de los negocios con muchas bocas que alimentar en su casa. Dijeron que no estaba nada claro su pasado, que no pocas veces había fracasado y que saldría corriendo de aquí a las primeras de cambio, en cuanto le pillaran el truco de lo que pretendía, algo megalómano que no tenía ni pies ni cabeza. No tenía ni pies ni cabeza hacer una Universidad privada en Murcia, dijeron.

De Mendoza clamaron, entre burlas, que iba a desaparecer sin dejar rastro el día menos pensado cuando la cosa fracasara, que fracasaría. Y encima venía de Cartagena, por muy andaluz de origen que fuese. De Cartagena, eso que ciertos murcianos huertasunos llaman con paternalismo despectivo «Murcia puerto». Es decir, Mendoza en lugar de una Universidad en Murcia iba a poner un quiosco de horchata de chufa, pero un quiosco ambulante, además. Iba a pegar un petardazo de época y había que ir repartiendo palomitas para verlo.
Hombres de poca fe. Hay que recordar todo esto porque a los jóvenes que no vivieron aquello les puede parecer increíble, a la luz del hoy, a la luz de la realidad. Mendoza cumplió lo que anunció, pero fue mucho más lejos aún. No solo no puso un quiosco de horchata ambulante, no solo erigió en efecto una Universidad Católica de la nada, sino que fundó una Universidad privada que por méritos propios es de las más populares de España, en el mejor sentido. Admite pocas dudas de que la UCAM es con mucha diferencia la instancia que más ha hecho por atraer talento a Murcia en los últimos decenios, y la que más ha hecho por sacar el nombre de Murcia fuera, en lo positivo (en lo de extender lo bueno de Murcia, si quieren empatada con el tenista Carlos Alcaraz). A la Universidad Católica de Murcia vienen jóvenes de toda España y del extranjero, y su apuesta por la fe, el orden o los deportes es suficientemente conocida.
La gigantesca fe cristiana de Mendoza movió no una montaña sino una cordillera a lo largo de su vida
También se aseguró que la fórmula para atraer jóvenes era la poca exigencia académica. Que eso lo dijeran desde la universidad pública no sólo murciana sino española en general, cuya algo más que lamentable situación está expuesta ante la opinión pública como un cadáver despanzurrado, sólo conduce a la melancolía. Ya ni siquiera a la risa. A minuto de ahora mismo, no puede decirse desde luego que en la UCAM ni en ninguna otra Universidad Privada exijan menos o los títulos sean más sencillos, cuando los Planes de Estudio públicos en España son los que son y la idea rectora que los anima (la suicida «que nadie se quede atrás») es la que es. La Universidad Pública ha ido creciendo, pero sólo en demandas de dinero público y, en algunos casos, radicalismos políticos perfectamente identificados y hace mucho periclitados. Por contra, de lo que auguraron sería nada más que un chiringuito local, un puesto ambulante de horchata de chufa que un buen día echaría carretera adelante, como los feriantes, se convirtió al poco tiempo en una gran institución recibida de continuo en el Vaticano, y en realidad en todos lados. La gigantesca fe cristiana de Mendoza movió no una montaña sino una cordillera a lo largo de su vida. Para eso no basta la fuerza meramente humana, tan frágil, sino que es necesario algo de ese misterioso soplo divino que a veces se manifiesta a través de seres mortales, creando cosas asombrosas, cuando no inexplicables.
Fue un hombre sobresaliente, cuando no proverbial, qué duda cabe, que obtuvo, como el inmenso Gilbert Keith Chesterton (quien merece ser beatificado por su incansable y siempre bondadosa lucha) la distinción de San Gregorio Magno, la más alta en el catolicismo para un laico. Pero sobre todo ha sido un gran instrumento de Dios en la Tierra, a cuyo servicio puso su entrega total y absoluta. Hay mucha gente propia de este tiempo nihilista que no puede o quiere comprender esto, así que aún andan estupefactos por aquello en lo que se ha llegado a convertir la UCAM, cuando empezó con unos medios menos que modestos para la magnitud de lo que se buscaba. Dios proveyó, pero el Señor provee solo si realmente se le busca. José Luis Mendoza lo halló. Y ha fallecido en él.
